INDICE
Católicos y Vida Pública 3
Políticamente Pazguatos 4
La Posmodernidad 7
Ideología de género 11
Buenos modales 14
La situación de los niños en el mundo: el aborto 17
Niños de la calle 19
Contra la eutanasia 21
Progreso científico y formación ética 24
La Verdad y las Mentiras 26
La Memoria de los Mártires 29
FERE y la persecución socialista a los católicos 31
“Fascistas” 32
Secularización 34
Conclusión: los Católicos y la Vida Pública 36
Sobre la educación en España 39
Los males de la educación en España: los padres 40
Los males de la educación en España: los políticos 42
Los males de la educación en España: profesores, televisión,
Internet... 44
Los males de la educación en España: los alumnos 47
“Los ensayos, en pedagogía, con gaseosa” 50
La reforma de la escuela católica: una necesidad urgente 53
A propósito de Educación para la Ciudadanía 58
Conclusión: Carta de los Reyes Magos a todos los padres del mundo 62
I. Católicos y Vida Pública
Políticamente Pazguatos
En una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario. George Orwell
Me aburre leer siempre lo mismo, escuchar siempre el mismo discurso, ver siempre la misma película. A todas horas, propaganda y demagogia por doquier. Vomitivo. Vivimos un ambiente intelectual y político asfixiante, mediocre, infecto, cutre, insufrible; insoportable para cualquier inteligencia en ejercicio.
España sufre una plaga de intelectuales orgánicos que repiten machaconamente la misma doctrina oficial una y otra vez, hasta la náusea. Funcionarios del orwelliano Ministerio de la Verdad, hipócritas y mentecatos que predican sus memeces políticamente correctas sin más intención que engañar y aprovecharse de la simpleza de las masas. Trepan y se enriquecen engañando y mintiendo. Sinvergüenzas mercenarios, que alquilan su pluma al comité central de la secta para venderles la moto a miles de pazguatos que tragan con todo y luego repiten, encantados, las consignas que esos profundos pensadores – estos incensarios del poder – publican en la gacetilla facciosa de turno.
Pacifistas ocasionales que se amotinan contra la guerra cuando hay elecciones que ganar, para así poder chupar de las ubres del erario público; “No-violentos” de tres al cuarto que desertan enseguida de su antibelicismo oportunista cuando, una vez sentados en la poltrona, deja de resultarles rentable emular a Gandhi.
Neo-marxistas enemigos de la familia que, para combatirla, la equiparan al esperpento del matrimonio homosexual como si todo fuera igual y lo mismo. Guerreros del arco iris que manifiestan con orgullo su condición de tarambanas degenerados, satisfechos de sus vicios y depravaciones. Perdularios que tratan de “normalizar” y promover la desvergüenza y la impudicia hedonista e inmoral. Por cierto: ahora en Holanda, estos golfos pretenden legalizar la pedofilia y ya reclaman el derecho de los niños a disfrutar del sexo (seguro que cualquier día de estos, nuestros progres se adelantan a los holandeses).
Cobardes y traidores que prefieren negociar, ceder y rendirse a los terroristas, antes que combatirlos con todos los medios que el Estado de derecho ha de disponer para garantizar la libertad de los ciudadanos frente a las amenazas de los criminales.
Verdes y rojos del “Nunca máis” que unas veces gritan como locos y otras, callan como “afogados”. Sobre todo si el presunto desastre medioambiental amenaza la sostenibilidad de su coche oficial, que aunque sea contaminante y responsable de un calentamiento global apocalíptico, mola mogollón y les sale barato.
Ecologistas concienciados que dan el coñazo hasta la extenuación por la conservación del lince ibérico y la ballena azul, pero que se muestran absolutamente licenciosos con el aborto y la manipulación de embriones humanos.
Oenejetas subsidiados por los gobiernos, rebeldes con el sistema y dóciles con quien les paga, siempre dispuestos a chupar del bote de la solidaridad y el compromiso (con sus cuentas corrientes).
Profetas de sinsentido y apóstoles de la nada que se burlan de los católicos mientras se postran genuflexos ante el Islam. Exquisitos con el Corán y con Mahoma; blasfemos con el Evangelio y Jesucristo. Ateos y laicistas que pretenden borrar cualquier referencia a la herencia cristiana de la cultura europea, mientras proponen alianzas de civilizaciones con quienes reivindican al-Ándalus y estrellan aviones contra rascacielos o ponen bombas en los trenes para masacrar en su guerra santa a los perros infieles.
Anticapitalistas de chalé en la playa y vacaciones en Mallorca, defensores de la revolución castrista y enemigos declarados del imperialismo yankee, que mandan a sus hijos a estudiar a universidades privadas norteamericanas y vuelan a Houston para hacerse chequeos periódicos.
Actorzuelos subvencionados, nostálgicos de la Komintern, artistas plásticos de rostro marmóreo, plumillas apoltronados, ultrajetas y demás cernícalos con cargo a las arcas públicas:
Ya está bien. Hay que acabar con tanta estulticia.
Respeto a las personas, sí; a las ideas de los demás, no siempre; a una supuesta verdad oficial impuesta por Estado o por el partido de turno a golpe de decreto y con acompañamiento de coro y orquesta de cuentistas fartones a sueldo del gobierno, nunca.
Resulta urgente que recuperemos el valor de la verdad, de la honestidad y la honradez; de la libertad y la responsabilidad; del esfuerzo y el trabajo bien hecho. Cambiemos el “talante” por el talento y la grosería y la vulgaridad, por el respeto y la buena educación. Fomentemos la excelencia y el espíritu crítico y combatamos la barbarie con más formación, más cultura y menos leyes educativas como la actual, que lo único que promueven es la mediocridad y la ignorancia. Hay que orear el panorama intelectual, político y cultural español, porque, salvando contadas excepciones, aquí huele que apesta.
La Posmodernidad
La crisis que sufrimos en este convulso comienzo de siglo es – permítanme el símil – como una marea negra que va manchando de galipote cuanto toca. El buque que va a la deriva es la persona. Y cuando los valores se hunden, los efectos devastadores del naufragio alcanzan, en primer término, al ámbito inmediato de la familia para proseguir su avance destructor hacia la escuela y culminar el cataclismo al alcanzar las costas de la vida social en su conjunto.
1.- La crisis de la persona
Los que se hunden son los valores verdaderamente humanos y la excreción que emerge tras el siniestro se llama hedonismo. Lo único que cuenta es “pasarlo bien” y hacer “lo que me gusta”. Dios ha muerto y la moral ya no existe. Nada está bien ni está mal. Lo bueno es lo que me reporta un placer inmediato y lo malo, todo cuanto exige cierto esfuerzo o sacrificio. Por eso, conceptos como “estudiar”, “trabajar” o “tener hijos” están en franco peligro de extinción. Todo ello denota un nihilismo ateo, materialista e inmoral. Esta es la ideología dominante. A esto conduce el proceso de secularización del laicismo emergente, convertido cada día más en un nuevo pensamiento único con vocación totalitaria.
2.- La crisis de la familia
La primera víctima de la marea negra del hedonismo reinante es, sin duda, la familia. Si lo único importante es disfrutar, lógicamente hay que desvincular el sexo de conceptos como “amor” o “compromiso”. Se reivindica el derecho al placer y para alcanzarlo, vale todo y de cualquier manera. De ahí que se reivindique por un lado el amor libre y se legalicen las parejas de hecho; mientras, por otro, se elevan a la categoría de matrimonio las uniones homosexuales.
El caso es acabar con la familia “tradicional”. Por eso, lo que se lleva ahora es no casarse: nos vamos a vivir juntos y cuando nos cansemos el uno del otro, cada uno se va por su lado y punto. No existe el amor eterno; nada es para siempre: todo se acaba.
Por eso nos juntamos mientras la relación merezca la pena (es decir, mientras me siga sintiendo “a gusto” contigo; mientras siga “sintiendo algo por ti”) y cuando ya no sienta nada por ti y la pasión se acabe, buscaré a otra persona que me vuelva a “hacer sentir” lo mismo o algo parecido.
Nos convertimos así en monógamos sucesivos, cuando no en adúlteros manifiestos, puesto que tampoco es infrecuente el que se mantengan relaciones paralelas. La fidelidad, el compromiso y el amor se sacrifican ante el altar del “gusto” y el “placer” del hedonismo imperante.
Por otra parte, en los matrimonios jóvenes posmodernos ya no se lleva tener hijos. Primero hay que disfrutar un poco porque si tienes hijos ya se complica la vida y no puedes hacer turismo ni salir por las noches ni cosas por el estilo. Por eso los hijos, si se tienen, se tienen con treinta y tantos y, si no, no se tienen. Y se tienen pocos: lo que se lleva es el hijo único o, como mucho, “la parejita”.
Mi mujer y yo tenemos tres hijos y no vean ustedes lo que tuvimos que aguantar con forzado gesto estoico. Las reacciones cuando dimos la, para nosotros, feliz noticia iban desde el impertinente“¿Qué? ¿Un accidente?”, hasta el compasivo “peor es una enfermedad”, pasando por la manida y estúpida pregunta sobre si pertenecemos al “Opus”. Los hijos salen muy caros y acarrean muchos sacrificios y preocupaciones y tener más de dos es una locura casi imperdonable.
Por otra parte, los hijos generan conflictos. Tienes que educarlos y no es fácil, porque hay que imponer normas y castigar y reñir… Y eso es de tiranos. La autoridad no está de moda. Se lleva la permisividad total, el “yo soy más un amigo que un padre”, el “colegueo”. Por eso, porque soy un colega de mi hijo, le dejo que haga lo que quiera, le consiento todos los caprichos, le compro cuanto me pide y le llevo a Disneylandia.
El niño, que no sufra y que sea feliz, no vaya a ser que se nos traumatice. Al niño le doy lo que quiera; pero eso sí: que me deje en paz y que moleste poco, que no tengo tiempo que perder y trabajamos todos tanto y tantas horas para cumplirle todos los caprichos al niño (y a nosotros mismos), que no tenemos tiempo que perder con la criatura. Yo te doy lo que quieras, menos a mí mismo y mi propio tiempo. Te doy cosas, para no entregarme yo. Ser un padre o una madre chupi-guay de la hipermodernidad (o modernidad del Hiper) es lo que tiene.
Por eso los niños crecen y convierten el hogar en pensión casi vitalicia con derecho a comida y servicio gratuito de limpieza y lavandería. Los chicos entran y salen cuando quieren y con quien quieren de casa sin más norma que su libre albedrío y su capricho.
3.- La crisis de la escuela
Una familia así tenía que chocar forzosamente con otra de las instituciones primordiales de la cultura occidental desde los tiempos de la Ilustración: la escuela. Las aulas se están llenando de niños con pendiente, gallumbos Calvin Klein y pelo teñido con vetas; de niñas con piercings, ombligos al aire y un look entre Lolita y la Loles. Sobre gustos no hay nada escrito, pero hay gustos que merecen palos. De cualquier modo, el problema no es estético, sino ético, aunque casi siempre van juntos ambos aspectos.
Para el padre posmoderno, el profesor es un aguafiestas que pretende amargarle la vida a su hijo o hija. El maestro es el enemigo que terminará traumatizando al niño o a la niña y que impide con sus deberes, sus normas y sus exigencias que la criatura sea verdaderamente feliz. Lo que importa es que el niño apruebe. Si es más burro que una acémila no importa. Lo que importa es que “progrese adecuadamente” y podamos ir en agosto a Disneyland París.
Y si la escuela sufre el desprecio del padre y la madre hipermodernos, no menos sufre a causa de una Administración que, como el padre irresponsable, sólo se preocupa de cuántos aprueban y cuántos fracasan. Las leyes educativas se encargan de acabar por Decreto-Ley con el “fracaso escolar” para imponer el “fracaso de la escuela”.
Si los niños no trabajan y suspenden, no es culpa suya, ni de sus padres, que todo se lo consienten y pasan de todo; no es porque no trabajen lo suficiente: la culpa es del profesor que no ha puesto en marcha medidas de “atención a la diversidad” adecuadas para que el niño apruebe aunque no sepa hacer la “o” con un canuto. El caso es que los chicos no fracasen y lo pasen bien y disfruten.
Por otra parte, ya se sabe que los “progres” necesitan el control de la escuela y de los medios de comunicación de masas para adoctrinar y controlar a la sociedad y así llevar a cabo esa revolución silenciosa con la que pretenden alcanzar la definitiva dictadura del “majo-solidario-oenegero-arcoiris”, en la que ya no habrá ni familia ni religión, sino pisos de treinta metros cuadrados, cine y teatro subvencionados y pan y circo para todos y todas. Con lo cual, que el alumno o la alumna sepan hacer ecuaciones no tiene mayor importancia; lo fundamental es que todos tengan bien claro que el mayor enemigo de la humanidad es Geoge W. Bush y el Imperio Yankee.
Así, la escuela se ahoga inevitablemente entre el hedonismo ambiental, el desprestigio social y la politización galopante. Una escuela cada día más adoctrinadora que se está convirtiendo en una máquina expendedora de títulos que a nada responden y que de nada servirán. Una escuela desprestigiada que abrirá las puertas a la auténtica privatización de la enseñanza que llegará cuando los títulos de las escuelas y la universidad públicas no valgan para nada.
Entonces, los que quieran optar a los mejores puestos de trabajo tendrán que exhibir sus títulos de instituciones privadas y prestigiosas, por supuesto muy caras, que serán las que garanticen un futuro laboral halagüeño. Los ricos se irán a los Estados Unidos o a universidades privadas en España o en otros países europeos, mientras los pobres se quedarán una vez más con las ganas de poder competir en igualdad de condiciones con las clases pudientes y perderán otra vez una de las pocas oportunidades que tenían de ascender por méritos propios en la escala social.
4.- La crisis social
Con esta crisis de valores personales, con esta agonía de la familia y esta asfixia de la escuela, ¿a quién le puede seguir extrañando que el fenómeno más destacable del panorama social español sea el famoso “botellón”? Algunos afirman que el botellón representa el fracaso de la escuela. Yo opino lo contrario. El botellón es el resultado de la escuela que tenemos, de las nuevas familias postmodernas y de los nuevos valores (o contravalores) dominantes.
El botellón representa el triunfo del nuevo misticismo hedonista, de lo dionisíaco, de la bacanal. Los jóvenes se embriagan para pasarlo bien; para ahogar el vacío de una existencia sin sentido, de una vida donde todo lo tengo y todo me aburre; de una vida rutinaria sin más ilusiones que llegar al fin de semana para empapar el hastío en alcohol, drogas y sexo.
El botellón representa la liturgia de la nueva religión necrófila de la borrachera, el colocón y el polvo anónimo y sin compromiso. Jóvenes adormecidos y dóciles que no quieren más que “pasarlo bien”, que sólo piensan en “disfrutar”. Por lo menos hasta los treinta y tantos.
Entonces tal vez busquen una pareja para convivir una temporada. O tal vez se casen para seguir disfrutando juntos unos años hasta que ya entrados en cierta edad tal vez tengan un hijo o la parejita, aunque esa circunstancia les amargue un poco la fiesta. Porque entonces tendrán que educarlos y llevarlos a una escuela donde habrá maestros aguafiestas que querrán traumatizar a sus hijos, que más que hijos son amigos y colegas que sólo quieren ser felices y pasarlo bien.
Tal vez cada una de esas botellas vacías que siembran nuestras calles tras el botellón encierre un mensaje, una petición de socorro de miles de náufragos del sinsentido materialista de esta sociedad enferma de hastío nihilista.
Ideología de género
Marx afirmaba que toda la historia es una lucha de clases, de opresores contra oprimidos, en una batalla que sólo se resolverá cuando los oprimidos se alcen en revolución e impongan una dictadura de los oprimidos. Entonces, la sociedad será totalmente reconstruida y emergerá la sociedad sin clases, libre de conflictos, que asegurará la paz y prosperidad utópicas para todos. Los marxistas clásicos creían que el sistema de clases desaparecería una vez que se eliminara la propiedad privada, se facilitara el divorcio, se forzara la entrada de la mujer al mercado laboral, se colocara a los niños en institutos de cuidado diario y se eliminara la religión. Sin embargo, para la nueva izquierda “progresista” los comunistas fracasaron por concentrarse en soluciones económicas sin atacar directamente a la familia, que es el verdadero origen de la lucha de clases. De ahí que la nueva revolución que estamos viviendo en España actualmente se base precisamente en el ataque frontal a la institución familiar: legalización del matrimonio homosexual, fomento de la promiscuidad, aborto libre, banalización de la sexualidad, desvaloración del amor o de la fidelidad, etc.
El feminismo de género considera que los roles del hombre y la mujer no son resultado de la naturaleza, sino de la historia y la cultura. Es la sociedad la que inventó los papeles de hombre y mujer. Según este feminismo radical, para conseguir la igualdad definitiva entre hombre y mujer sería necesario:
a) Cambiar los roles masculinos y femeninos existentes: hay que deconstruir (destruir) los roles del hombre y la mujer. En realidad – según estos iluminados - el ser humano nace sexualmente neutral. Más tarde, es socializado en hombre o en mujer. Esta socialización afecta de manera negativa a la mujer. Por ello las feministas proponen depurar la educación y los medios de comunicación de todo estereotipo de género.
b) Cambiar el lenguaje: por ejemplo, todas las palabras que incluyen lo femenino dentro de lo masculino. Así en vez de “los alumnos de esa clase” se dirá “los alumnos y alumnas de esa clase”. O se cambiarán términos como “Asociación de Padres” por “Asociación de Padres y Madres”. También están promoviendo el uso de la grafía “@” para incluir a los dos géneros de una palabra a la vez. Su pasión revolucionaria les lleva a pretender modificar nuestro idioma. Y en ciertos ámbitos, supuestamente “ilustrados” (políticos, psicólogos, periodistas, profesores…), esta ideología está calando de manera tan llamativa como lamentablemente reveladora del nivel de servilismo y mediocridad de buena parte de la intelectualidad contemporánea.
c) Fomentar diferentes formas de contacto sexual como parte de la igualdad: se reclama el reconocimiento del derecho hedonista al placer sexual, libremente deseado, sin vinculación necesaria a la afectividad (al amor); sin que se limite al matrimonio, a la heterosexualidad o a la procreación. Ya no existen dos sexos. Existen cinco géneros: heterosexual masculino, heterosexual femenino, gay, lesbiana y bisexual; sin olvidar la transexualidad (incoherencia entre sexuación de cuerpo e identidad de género, que les lleva a someterse a intervenciones quirúrgicas de cambio de sexo), el transgenismo (los que desean cambiar su identidad de género, pero sin transformar su cuerpo), o el travestismo (placer erótico que surge de vestirse con ropa del otro sexo).
En este sentido, las feministas de género incluyen como parte esencial de su agenda la promoción de la “libre elección” en asuntos reproductivos y de “estilo de vida”. “Libre elección de reproducción” es la expresión clave para referirse al aborto libre; mientras que “estilo de vida” apunta a promover la homosexualidad y toda forma de sexualidad “alternativa”.
Curiosamente, la nueva izquierda neomarxista se pone también al servicio de la difusión y propaganda de las ideas del lobby gay. El homosexualismo político pretende “normalizar” comportamientos ciertamente rechazables moralmente. Su objetivo es cambiar la sociedad, nuestra cultura y nuestra civilización a través de cambios legislativos que redefinan las evidencias antropológicas. Por ejemplo, pretenden perseguir penalmente a quienes afirmamos que los actos homosexuales constituyen una grave depravación. Así, todos los que no compartimos sus opiniones somos acusados de homofobia ¡Viva la libertad de expresión!
La nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía que plantea la LOE se inscribe dentro de esta política de adoctrinamiento ideológico, de agitación y propaganda (el agitpro de toda la vida), al servicio de la nueva revolución del arco iris que agrupa a socialistas, comunistas, ciertos nacionalistas, ecologistas, neoanarquistas antiglobalizadores, feministas radicales, el lobby gay y ciertos “oenegeros majo-solidarios”.
Lo peor del caso es que esta supuesta progresía lleva consigo el germen del totalitarismo: se cree la única poseedora de la verdad; ellos son los auténticos demócratas y todos los que pensamos de manera diferente somos carcundia reaccionaria y casposa. Se trata de una concepción de la democracia al estilo de la antigua “República Democrática Alemana”. Los que nos apartamos del pensamiento políticamente correcto somos ciudadanos de segunda a los que hay que eliminar, reeducar o reducir al ostracismo (eso ya lo hacía papá Stalin). De ahí el constante acoso a los católicos y a todos cuantos se oponen a esta nueva revolución, a esta nueva dictadura a la que nos quieren someter y que nos conduce en España inevitablemente a un cambio de régimen y, posiblemente, a la misma desaparición de la nación española, aprovechándose de la alienación, la indiferencia y la apatía de la mayor parte de la ciudadanía.
Buenos modales
“El arte de vivir se compone en un 90 por ciento de la capacidad de enfrentarse a personas que no puedes soportar.” Samuel Goldwyn
Este mundo está lleno de gilipollas. Hay ignorantes que creen poder opinar sobre cualquier asunto y estúpidos que desprecian cuanto ignoran. También se mueve en nuestro entorno mucho sinvergüenza, mucho maleducado, mucho ladrón: mucha basura y mierda en general. Las últimas leyes de educación y los nuevos modelos de familias chachi-pirulis enrollados-que-te cagas han contribuido de una manera notable al incremento cuantitativo y cualitativo del número de bobos integrales, analfabetos titulados y lerdos en general; pero esa es otra historia.
Un día cualquiera, sales a la calle y un coche a todo velocidad toma derrapando una curva, mientras los altavoces del coche atruenan con un “tachún, tachún” ensordecedor. Los imbéciles siempre se tienen que dar la notar. Casi atropella a una anciana en un paso de peatones, pero sigue su carrera desenfrenada sin inmutarse.
- ¡Soplapollas! – grita un señor indignado por la imprudencia y la temeridad del conductor. Pero el “tachún, tachún” ahoga sus palabras en un océano de estupidez sonora.
Mientras paseo por el parque, me cruzo con una chica que se suena los mocos aparatosamente y, acto seguido, tira el clinex al suelo ¿Por qué no? Junto al pañuelo de papel lleno de mocos, yace una cosecha de cajetillas vacías, bolsas de gusanitos, cáscaras de pipas y un sinfín de inmundicias que alegran la vista al caminante. A mi lado un perro enorme deposita con cierto esfuerzo sus heces hediondas. El dueño sigue su camino como si nada. “¡Que recoja la mierda la alcaldesa!”, murmura con tono insolente el ejemplar ciudadano. La cagada perfumará el aire invernal del lugar y en las suelas de algún viandante descuidado viajará hasta cualquier casa para deleite de sus habitantes. “¡Qué falta de educación!”, pienso un tanto entristecido. Meditabundo, sigo mi camino.
Entro en un bar a tomar un café, que siempre viene bien. Hay un partido de fútbol en la gigantesca televisión que preside el local sobre su altar mediático.
-¡Me cago en Dios! – exclama un señor en el otro extremo de la barra. Me sobresalto. Lo miro entre asustado y curioso. Algo muy grave debe de haber pasado: otro atentado islamista, la tercera guerra mundial… ¡Qué sé yo! Semejante blasfemia responderá a algún motivo ciertamente morrocotudo. Soy católico y, aunque no me escandalizo fácilmente, no deja de molestarme la interjección del buen hombre.
-¡Vaya penalti que se tragó el hijoputa del árbitro!
¡Acabáramos! El motivo de la blasfemia y del exabrupto era mucho más grave de lo que me esperaba: ¡Hasta ahí podíamos llegar: un penalti sin pitar! Pago y me voy.
Frente a mí viene un señor entrado en años. Carraspea aparatosamente. Una bronquitis crónica debe de estar acabando con sus pulmones. “Pobre hombre”, pienso. Arranca sonoramente la flema y sin dudarlo, la escupe con la gracia y la técnica precisas que sólo proporciona una práctica constante a lo largo de toda una vida. Paso junto al gargajo y admiro su textura y coloración no sin cierto asco. Es verde amarillento. Como una mancha de color en mitad de un lienzo de Miró.
“¡Vaya día! No tenías que haber salido de casa, Pedrín.” Cruzo una plaza. Cientos de graffitis decoran las paredes con instalaciones propias de Arco, la feria de arte contemporáneo de Madrid. Con insólitas y creativas faltas de ortografía algún joven desesperado anuncia sobre la superficie de un tobogán amarillo su apremiante urgencia de contacto sexual. Las paredes de los edificios circundantes reflejan a las claras el alto nivel cultural del concejo. Estos chicos de hoy en día son unos artistas. Han arrancado un canalón de un edificio municipal. Sus cristaleras muestran asimismo la creatividad de nuestros chicos y su rebeldía generacional se ha estrellado reiteradamente contra las ventanas del inmueble, abriendo en ellas brechas insalvables. Los adoquines de la plaza han sido levantados en una zona del abandonado parque: seguramente habrá sido un nostálgico del 68 tratando de descubrir la playa que se esconde bajo ellos. Pero mientras tanto, don José, que pasea todos los días por allí y tiene ya los ochenta bien cumplidos, un día se caerá por culpa de los arqueólogos de la utopía y se romperá la crisma. Todo sea por la revolución cultural.
Pasa otro señor y enciende el último cigarrillo de su cajetilla. Tira al suelo el paquete de Chester mientras varios niños pelean con los restos de uno de los barrotes de madera que previamente habían arrancado de un banco. Un adolescente con aire posmoderno (o sea, gilipollas perdido) me mira insolente, arranca una flema y la dispara de medio lado sobre la acera con la precisión de un tomahawk (¡Vaya! lo de escupir en el suelo no es sólo cosa de viejos: es una tradición que pasa de generación en generación). “¡Me cago en Dios! ¡Qué trancazo tengo!” le oigo decir al mozo (lo de blasfemar también va a resultar que es un hecho multicultural e intergeneracional). Otros dos mozalbetes que pasaban por allí se acercan a una esquina de la plazoleta y, ni cortos ni perezosos, se ponen a mear contra la pared. Abro la puerta de casa mientras un coche tuneado pasa frente al portal como si estuviese corriendo el Rally de Montecarlo. “¡Tachín, tachín, tachín!”, atruena el mega-equipo musical del intrépido piloto, émulo de nuestros campeones de automovilismo. El coche para un momento en el semáforo y el copiloto del bólido aprovecha para vaciar el cenicero en plena calle.
Mejor me voy a la cama. Apago la luz. Cierro la persiana. En la calle, suena el ruido de unos neumáticos derrapando. “Pumba, pumba, pumba”. Un perro ladra (estará cagando en la plaza). Alguien se deja la garganta y parte del pulmón en su intento de arrancar alguna flema. La gripe hace estragos. “¡Cago en Dios! ¡Acabáronseme les pipes!” “¿Viste cómo dejaste el suelu con les cáscares, marrano?” “¡Me cago en Dios! Voy a arrancar esi canalón y date con él en la cabeza” “Espera, que voy a mear ahí, juntu a la pared, y luego hablamos!”.
Creo que tomaré un somnífero. “Si eres maricón, chúpamela un montón”, decía una de las pintadas del parque. “¡Qué gusto poético! ¡Qué creatividad!” Si Virgilio levantara la cabeza… (“Seguro que ese Virgilio era un fascita”, pensará algún imbécil). “¡Papapá, papa, papapá, papá!” La poesía contemporánea sólo es superada por la insuperable genialidad de la música. “¡Qué nuevo Renacimiento estamos viviendo!”.
La situación de los niños en el mundo: el aborto
Desgraciadamente, la situación de los niños en el mundo no es muy halagüeña. Sigue habiendo millones de niños que no reciben educación; hay niños que siguen muriendo de hambre; niños maltratados, explotados. Aún muchos niños mueren por enfermedades fácilmente evitables por falta de asistencia médica adecuada. Hay niños que viven en la calle; niños que son asesinados impunemente; niños a quienes se mata para extraerles órganos que curen a otros niños ricos. Todavía hay multinacionales y empresarios desalmados que esclavizan a niños como mano de obra barata. Y tantos niños que sufren abusos sexuales por parte de redes de prostitución y por pederastas occidentales que hacen “turismo sexual” para satisfacer sus deseos perversos.
Pero si la situación en los países subdesarrollados es la que es, tampoco la situación de los niños españoles y europeos es la deseable. Es raro el día que no nos despertamos con la noticia de la desarticulación de redes de pederastas que trafican con pornografía infantil ¿Qué mentes retorcidas pueden encontrar placer en la contemplación de fotos o videos que muestran abusos sexuales a niños? Cada día es más frecuente leer noticias que nos hablan de niños abandonados por sus padres; de niños maltratados, a veces hasta la muerte; de niños violados que sufren todo tipo de vejaciones. Nuestras escuelas cada día sufren más los efectos de familias rotas que destrozan la vida de los niños; niños que en muchas ocasiones son utilizados por sus progenitores como arma arrojadiza contra el otro. Nadie puede dudar de la relación directa que hay entre familias rotas y fracaso escolar: los niños tienen que exteriorizar de algún modo su rabia y su dolor. La escuela fracasa porque antes ha fracasado la familia y, antes aún, la persona.
Pero probablemente lo más lamentable es el holocausto silencioso que se está perpetrando cada día con los niños no nacidos. Miles de abortos al año: miles de muertes atroces que casi nadie denuncia. Todo el mundo mira hacia otro lado, como hacían los alemanes con los campos de exterminio nazis. El aborto es un crimen abominable contra un ser humano indefenso e inocente. No existe ningún derecho al aborto; la “interrupción voluntaria del embarazo” (menudo eufemismo) es, en todo caso, un delito sobre el que se hace la vista gorda y que se permite y no se castiga en determinados supuestos. Pero ¿Hasta cuándo se va a seguir consintiendo? ¿Cuándo nos daremos cuenta de que un asesinato es un asesinato? ¿Cuándo dejaremos de ser permisivos con la muerte injusta de niños inocentes?
Recientemente, leía en La Nueva España una entrevista con un insigne científico en la que se decía que “debería haber un acuerdo de todos los partidos políticos para que la ciencia esté por encima de todo” y que “ni la política ni la religión deberían interferir en la investigación científica”. El doctor Josef Menguele estaría de acuerdo con estas afirmaciones. De hecho, en el campo de exterminio de Auschwitz, Menguele también invocó a la ciencia para realizar sus experimentos con seres humanos. Pero, claro, para los nazis, los judíos no eran humanos: eran peor que ratas y había que acabar con ellos. Igual ocurre con los embriones humanos: que (valga la paradoja) tampoco son humanos para los sacerdotes de esta nueva religión del cientismo materialista: por tanto, estos embriones humanos pueden destruirse y se puede experimentar con ellos como si se tratara de ratas de laboratorio. Manda huevos. Y nos quedamos tan anchos. El fin justifica los medios para los desalmados de ayer, igual que para los de hoy: “conviene que un solo hombre muera por el pueblo” (Jn.11, 50); es bueno que miles de embriones mueran para curar el cáncer o la diabetes.
¿Es lícito y moral matar a un ser humano para curar a otro? ¿Conseguiremos algún día que se respete la dignidad del ser humano desde la concepción hasta la muerte? ¿Cesará algún día la matanza silenciosa de inocentes?
Niños de la calle
Martes 17 de julio. Una de la madrugada. Un grupo de cinco adolescentes entre los 13 y los 17 años sentados en un banco de un céntrico parque. Solos. Los chicos pegan voces, molestan a los vecinos que a esas horas están en su derecho de descansar sin tener que aguantar a los hijos de nadie. Es un día cualquiera. No hay fiestas ni es fin de semana. Simplemente los niños están de vacaciones. Y sus padres, al parecer, también: pero de sus obligaciones para con los hijos. En realidad hay padres que están permanentemente de vacaciones en lo que respecta a la educación de sus hijos. Simplemente pasan de ellos. Los dejan hacer lo que les da la gana. Han dimitido de su responsabilidad.
Desde luego está claro que un hijo lo tiene cualquiera. Lo difícil es educar a esos hijos: enseñarles a respetar a los demás, y especialmente a los adultos; mostrarles el valor de la cortesía y la urbanidad; hacerles ver la importancia del “por favor” o el “gracias”; ponerles límites a las horas de entradas y salidas de casa; enseñarles a hablar sin blasfemar o sin pronunciar una vulgaridad cada dos palabras; ofrecerles el ejemplo que les permita discernir entre lo que está bien y lo que no. Pero, claro: educar a los hijos supone un esfuerzo… Y es más fácil irse a los bares o tirarse a ver la televisión que “aguantar” a tus hijos. Estos son los padres que confunden el colegio con una guardería y lamentan que los niños (y los profesores) tengan tantas vacaciones. Porque tener a los niños en casa es una lata.
Y luego llegan el fracaso escolar, las borracheras, los “colocones” de cocaína, pastillas y demás mierdas. Más tarde, los actos vandálicos, los robos, las peleas, las puñaladas, los embarazos no deseados, los abortos, la conducción temeraria, los accidentes de tráfico con jóvenes borrachos al volante… La calle nunca enseña nada bueno.
Pero al final la culpa de todo la tendrá la sociedad y el cambio climático (por cierto: desde que el planeta se calienta, aquí cada vez llueve más). Hay que ver. Y para solucionarlo todo: Educación para la Ciudadanía. Fenomenal.
Ya no se trata de caer en aquel tópico de “estos jóvenes de hoy en día es que no respetan nada”; que, como tal tópico, algo tiene de verdad. Pero lo cierto es que la culpa de lo que está pasando con nuestros niños y jóvenes no es de los chavales: la culpa es de sus padres. Hemos pasado de una generación de padres autoritarios (muchas veces en exceso) a otra de padres “coleguitas” que creen que lo mejor es dejar que sus hijos hagan lo que les venga en gana y que disfruten de la vida que son dos días. Luego vienen las lamentaciones. Y cuando los niños suspenden ocho, la culpa es de los profesores. Y cuando llegan a casa borrachos, la culpa será del alcalde.
Que niños de doce o catorce años (a veces, incluso menos) campen solos por las calles y plazas de nuestras ciudades, cualquier día por semana a las tantas de la madrugada, es, ciertamente y por desgracia, algo ya habitual; pero, señores, esto no es normal, se pongan como se pongan; y ello supone una irresponsabilidad grave y una negligencia evidente por parte de los padres o tutores que no debería consentirse. Para eso están la policía, los servicios sociales y los fiscales y jueces de menores: que se ganen el sueldo y que hagan cumplir las leyes, que para eso están. A los menores tenemos la obligación legal y moral de protegerlos y educarlos. Cada vez tenemos menos niños y, encima, muchos de ellos vagabundean medio abandonados, como oveja sin pastor; sin que nadie mire para ellos (salvo los pederastas por Internet y suponemos que también en vivo).
Cuando la familia enferma, la sociedad agoniza. Y nuestra sociedad, -la asturiana, la española y la europea- está al borde del colapso. Pero, tranquilos todos: con los 2.500 euros por cada hijo, que generosamente nos va a regalar nuestro gobierno, seguro que los problemas de la familia se resuelven en un periquete. ¿O no?
Contra la eutanasia
Llevaba grabados en las arrugas de su rostro los sufrimientos de una vida larga y dura. Había criado a sus cuatro hijos en los tiempos difíciles del hambre y la guerra. Trabajó mientras pudo. Eloísa sacó adelante a su familia junto al abuelo Rogelio. Tuvo que despedir a sus hijos uno a uno y ver cómo todos dejaban el pueblo para buscar un futuro mejor lejos de casa. Así se quedó sola, con el abuelo y conmigo. Ellos me criaron y me enseñaron casi todo lo que sé; seguro que lo más importante: a vivir como una persona decente, a ser honesto, a cumplir siempre la palabra dada, a buscar siempre la verdad; a esforzarme, a creer en mí mismo y en Dios; y a querer entrañablemente a la Santina, a la que visitábamos cada verano en Covadonga, con la tartera llena de filetes empanados guardada en una bolsa. La Santina de Covadonga era (y sigue siendo) una más de la familia: una madre buena que nos cuida. Lo que soy, a ellos se lo debo. A ellos y a mis padres que también trabajaron duro durante muchos años para pagarme unos estudios y sacarme adelante.
Aquel verano del 86, yo tenía veintidós años y acaba de terminar cuarto de Hispánicas. Una llamada telefónica nos ponía en marcha a mi madre y a mí: mi abuela Eloísa se moría. Era cuestión de horas. Aquella maldita y revirada carretera que conducía desde Gijón a Colunga nos condujo a toda velocidad hasta Gobiendes, donde mi abuela agonizaba.
Ya llevaba tres años luchando contra un cáncer que la iba consumiendo lentamente. Ahora parecía que había llegado su hora. En su cama, yacía inconsciente mi güelita. Había perdido mucha sangre y se moría. Yo no me aparté de su lado. Nunca se me olvidará aquella noche que pasé en vela, sentado en el suelo, junto a su cama, con su mano entre las mías. “Güelita, no te mueras. Te necesito. Señor, cuida de ella. Si quieres llevarla contigo, seguro que será porque es lo mejor para ella. Pero si no, ayúdala a salir de esta agonía”. Fue la noche de viernes santo más intensa de mi vida (y en pleno verano). No había esperanza. El médico les había dicho a mis padres y a mis tíos que probablemente no saldría de aquella noche. Pero no fue así. Se pasó varios días sumida en aquel sueño profundo. Pero despertó. Y poco a poco volvió a comer y a hablar y a vivir y a ser feliz junto a los suyos.
Después de aquel susto, mi abuela todavía resistió un año más. Y pudo verme acabar la carrera. Murió en agosto del 87, un año después de haber sido desahuciada. Pasamos juntos una navidad más en nuestra casa de Gijón. El cáncer no se curó, obviamente. La enfermedad le concedió una tregua de un año. Un año más de vida plena y feliz, a pesar de la enfermedad. Un año más de amor. Dios me la dejó prestada un año más porque a mí todavía me hacía mucha falta. Yo aún no estaba preparado para separarme de ella. Todavía ahora las lágrimas me obligan a quitarme las gafas ante la pantalla del ordenador mientras escribo torpemente estas líneas. Yo la quería tanto. No. Todavía la quiero. Y la querré mientras viva y espero algún día volver a abrazarla y a besarla y a decirle lo mucho que la quiero. Estoy seguro de que desde el cielo, ella aún me quiere y me cuida. Y sabe lo mucho que la amo.
En los cuatro años que duró la enfermedad, nunca la vi quejarse. Nunca la oí protestar ni renegar de la vida. Nunca perdió la esperanza ni la fe. Afrontó la enfermedad con la misma dignidad que había afrontado toda su vida. Murió como había vivido: con la modestia de una persona sencilla y decente. Murió una noche de agosto sin hacer ruido, sin molestar a nadie; rodeada del amor de sus hijos y de sus nietos. Todos la querían y la respetaban. Ella era el alma y el corazón de su familia. Tampoco podré olvidar nunca aquella noche que murió la abuela Eloísa. Entonces también lloré mi pena paseando solo por el muro de San Lorenzo y mi dolor se desposó con la mar para siempre.
Por eso, cuando leía hace poco en un periódico cómo un reconocido escritor había acabado con la vida de su madre, enferma de cáncer, para evitarle el sufrimiento y proporcionarle una “muerte digna”, no podía dar crédito. Yo jamás podría haber hecho una cosa así para acortar la vida de mi abuela. Mi abuela murió con dignidad porque había vivido como Dios manda: con decencia.
El sufrimiento es consustancial a la propia existencia porque vivir y amar conllevan inevitablemente el sacrificio. Sólo la fuerza del amor es capaz de darle sentido al sufrimiento. Sólo el amor es capaz de aplacar la desesperación y mantenernos firmes en la esperanza. Sólo el amor da sentido a tantas noches sin dormir por tus hijos, tantas horas de trabajo para mantener a tu familia, tantos desvelos por educarlos y cuidarlos. El Dios de Jesucristo es ese Amor: Él es la vida y la esperanza. No nos ahorra el dolor ni el sufrimiento, porque tampoco se lo ahorró a su Hijo. Pero gracias a Cristo, sabemos que debemos cargar cada día con nuestra cruz y que, sólo desde esa cruz, podemos alcanzar una vida plena y feliz. Es el amor el que hace que una vida sea decente y que merezca la pena ser vivida. Es el amor el que hace que la muerte sea digna. Cristo murió con dignidad porque vivía en el amor incondicional del Padre. Vivir sin que nadie te quiera tiene que ser un infierno. Morir solo, sin una mano que te acompañe, sin un “te quiero”, tiene que ser terrible. Eso lo supo muy bien la madre Teresa de Calcula, que dedicó su vida a recoger a los moribundos de las calles para cuidarlos, acompañarlos y darles el consuelo del cariño y la ternura de sus manos. Así morían sintiéndose queridos por alguien y con dignidad. Como personas. No como animales.
Lo que es desvergonzado, indigno, inmoral y repugnante es matar a una persona (o animarla y ayudarla a que se suicide) y, encima – para colmo de la desfachatez – apelar al supuesto derecho a una “muerte digna” para justificarlo. ¡Qué asco!
Progreso científico y formación ética
“Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, […], no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo”
Benedicto XVI, Spe Salvi
En los tiempos que corren, hay grupos de presión, partidos, ideologías y medios de comunicación más interesados en mantenerse en el poder y salvaguardar sus intereses políticos y económicos que en defender el bien común y la verdad. Por eso la mentira y la manipulación de la información se han convertido en moneda de uso corriente y amenazan con convertir la democracia en demagogia o en una pura oligarquía sectaria. Y para eliminar cualquier tipo de discrepancia, los apóstoles de estas ideologías no dudan en enfrentar ciencia y fe como si fueran conceptos antagónicos y excluyentes entre sí. Nada más lejos de la realidad. Como decía Albert Einstein “el hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir”. O lo que es lo mismo, cuanto más se acerca la ciencia a la verdad, más cerca estamos de Dios. Fe y ciencia no se excluyen, sino que pueden complementarse perfectamente. Se trata de dos caminos distintos que pueden confluir en un mismo fin: la Verdad.
Pero lo que los enemigos de la Iglesia quieren es cambiar al Dios cristiano por una nueva religión que confía en que sea el progreso científico el que nos salve. El fundamentalismo ateo mostró su verdadero rostro, intolerante y totalitario, hace escasas fechas, cuando un grupo de profesores y estudiantes se opusieron a que el Papa pudiera expresar libremente sus ideas y opiniones en la Universidad romana “La Sapienza”. Mal van las cosas en Europa cuando en un centro universitario se niega la palabra a una autoridad académica, moral y religiosa de la talla de Benedicto XVI. Ese camino nos conduce directamente a la dictadura de un pensamiento único que no admite más opiniones que la que impone una ideología sectaria y excluyente.
En esa conferencia, ampliamente difundida en Internet, el Santo Padre afirmaba que “el conocimiento de la verdad tiene como objetivo el conocimiento del bien”. Ciencia y ética deben ir de la mano. De no ser así la ciencia “abre posibilidades abismales para el mal”, como el propio Papa advierte en su última encíclica Spei Salvi. Recordemos los experimentos científicos que los nazis realizaban en sus campos de exterminio con los judíos o las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. En la mencionada encíclica, el Papa escribe que “la ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al hombre y al mundo”.
En una sociedad en la que el feminismo marxista quiere convertir el delito del aborto en un derecho (¿puede haber derecho a matar a un inocente indefenso?); en un país en el que se quiere legalizar el asesinato o el suicidio asistido para ancianos y enfermos, invocando el inexistente derecho a una muerte digna (como si hubiera unas muertes más dignas que otras); en la España de los Bernat Soria que insisten en el “vale todo” respecto a la manipulación y destrucción de embriones humanos en aras de un más que discutible avance de la ciencia; en esta sociedad enferma de inmoralidad y desvergüenza, se hace urgente levantar la voz de la razón ética. Los católicos queremos que se reconozca el derecho de todo ser humano a vivir dignamente desde el momento de la concepción hasta la muerte, sin que el aborto, la experimentación de científicos sin escrúpulos, la pobreza, el hambre, la injusticia, la explotación o la guerra lo impidan. La mayor gloria de Dios es que el hombre viva.
La Verdad y las Mentiras
¡Qué fácil resulta mentir, difamar, injuriar…! Resulta tan sencillo y, desgraciadamente, tan normal… Miren ustedes la proliferación de programas de televisión que se forran a costa del cotilleo. El chismorreo es – y siempre lo ha sido – uno de los deportes de moda. Y lo peor es que el mundo está lleno de idiotas que dan crédito a las habladurías y así nos va. Ya saben aquello de “injuria que algo queda”; o el socorrido “algo habrá de verdad…”; o el “cuando el río suena, agua lleva”.
Nos hemos acostumbrado a vivir con la mentira. Hay políticos que mienten; la publicidad miente; los periódicos, las televisiones… Todo el mundo miente. Hemos normalizado la mentira: la comprendemos y la disculpamos. Toleramos lo intolerable (a la mentira no hay que tolerarla, sino combatirla). Es lo normal. Lo raro es que alguien diga la verdad. Además, como todo es relativo… En realidad, según dicen, nada es verdad ni es mentira.
“¿Qué es eso de la verdad?”, le pregunta Pilatos a Jesús. ¿Existe la verdad o todo es mentira? Pilatos tenía la verdad delante de sus narices, pero fue incapaz de reconocerla.
La verdad es la injusticia que tritura al inocente. La verdad es el candor de un niño. Es el dolor ante la enfermedad o la muerte. La verdad es la felicidad de un padre cuando estrecha por primera vez en sus brazos al hijo recién nacido. La verdad es que millones de personas en el mundo pasan hambre. Es la angustia y la desesperación de quien abandona su tierra en busca de sueños, a menudo, inalcanzables. La verdad es que miles de personas en el mundo sufren persecución, tortura o cárcel por sus ideas, por su religión, por su raza o por su sexo; que miles de seres humanos son sacrificados y condenados a muerte: algunos por sus delitos, otros para que no lleguen a nacer, otros para que no estorben. La verdad es que en nuestra sociedad hay necrófilos que reivindican una “muerte digna” en lugar de exigir una vida decente para todos. Como si unas muertes fueran más dignas que otras…
Lo que es mentira es que el mundo se divida en buenos y malos. Es mentira que mis hermanos musulmanes sean todos unos terroristas. Es mentira que todos los inmigrantes sean unos delincuentes; que todos los gitanos sean ladrones o traficantes de drogas. Es mentira que existan “pre-embriones” pre-humanos y que manipularlos o destruirlos resulte beneficioso para curar enfermedades. Es mentira que abortar sea un derecho o un mal menor que debamos aceptar o potenciar. Es mentira que las prácticas homosexuales sean moralmente aceptables y tan “normales” como las heterosexuales. La existencia de víctimas colaterales es una gran mentira: la verdad es que las guerras matan a inocentes; que el dinero es un ídolo que exige sacrificios humanos para que nosotros podamos mantener nuestro estado del bienestar. Es mentira que el fin justifique los medios.
Lo que da sentido a la vida es la búsqueda honesta y apasionada de la verdad. He ahí el principio de la sabiduría, de la ciencia y de la mística. Por eso la fe y la ciencia no pueden ser nunca incompatibles. Fe y razón han de ir siempre de la mano. Porque buscar la Verdad es buscar a Dios. Dios es la Verdad y la Verdad es Dios. La mentira es el diablo ¿Quién dijo que no existía? Los demonios de nuestro tiempo son el terrorismo fanático y el sectarismo ideológico (llámese fundamentalismo islámico, laicismo ateo, “ideología de género” o nacionalismo radical): todos ellos siguen empeñados en imponernos sus verdades a toda costa. Ahora en nuestro país, el sectarismo neo-marxista (básicamente laicismo ateo más ideología de género) pretende inculcar sus verdades ramplonas y mediocres a nuestros hijos en el currículo escolar con la nueva asignatura de adoctrinamiento político a la que llaman Educación para la ciudadanía: he ahí de nuevo el germen de la tiranía inoculando su veneno. Y lo hacen en nombre de la democracia: será en la versión de Fidel Castro.¿Quién le ha dado atribuciones al gobierno para dictarnos normas y valores morales? ¿Quién es el Estado para decirnos lo que está bien y lo que no? ¿Pretenden que volvamos a divinizar al que manda como en tiempos de los emperadores romanos? La moral no se impone por mayoría: de ser así, el holocausto en tiempos de Hitler habría estado bien.
Los integristas están endemoniados porque se han creído que poseen la verdad absoluta y nos la quieren imponer a tiros. Pero nadie está en posesión de la verdad absoluta. Dios no se deja atrapar: siempre está más allá. Quien busca la verdad no presume ni avasalla (“Sólo sé que no sé nada”). No impone; propone y dialoga. Quien mata en nombre de Dios vive en la mentira y no conoce la verdad ni conoce a Dios.
El terrorismo mata después de falsificar la historia y la realidad. Todos sus cimientos son una gran farsa. Así, la extorsión y el chantaje se convierten en impuestos; el crimen, en lucha armada. Las víctimas son opresores y los asesinos, héroes por la libertad. Con los terroristas no se puede negociar: la verdad no se negocia. Y quien lo haga, estará vendiendo su alma al diablo y traicionando la verdad, que no es otra que el dolor de las víctimas. Las mentiras siempre matan a los inocentes.
Lo decía Einstein: “Las grandes almas siempre encuentran una oposición violenta de mentes mediocres”. Lo malo es que escasea la grandeza de alma y sobreabunda la mediocridad.
La Memoria de los Mártires
Primero se ríen de nosotros. Se burlan de nuestras creencias, de nuestros ritos y de nuestros principios más sagrados. En televisión hacen mofa de los católicos: de sacerdotes, religiosos, obispos…; incluso del Papa.
Comunicadores, periodistas, artistas, cantantes, “intelectuales” o políticos, algunos de reconocido prestigio, nos insultan y nos llaman fascistas, franquistas y otras lindezas similares, negando nuestros derechos constitucionales un día sí y otro, también.
Ayuntamientos y diversos organismos públicos financian y organizan con dinero público exposiciones, obras de teatro y conciertos en los que la blasfemia y el insulto a los católicos es moneda corriente.
Después de reíros de nosotros, nos insultáis, nos descalificáis como ciudadanos y luego… Luego ¿Qué?
¿Volverán las quemas de iglesias y conventos? ¿Volverán los asesinatos y las palizas? ¿Las amenazas y las persecuciones políticas? ¿Volverán las checas?
Hitler hizo lo mismo con los judíos. Primero los ridiculizó, los despreció y los rebajó a la categoría de ratas. Luego los discriminó “legalmente” y finalmente trazó un plan de exterminio sistemático y puso en marcha las cámaras de gas y los crematorios. A fin de cuentas, matar ratas resultaba un ejercicio de lo más higiénico.
¿También vosotros queréis eliminarnos del mapa? ¿Pretendéis acabar con la Iglesia en España? ¿Habéis hecho cálculos de los católicos que apoyamos y respaldamos a nuestros sacerdotes y obispos hasta las últimas consecuencias? ¿Seréis capaces de incurrir en el tremendo error de reproducir en el siglo XXI los horrores de los totalitarismos del XX? Yo sólo tenía once años cuando murió Franco y tuve abuelos en los dos bandos ¿Ser católico me convierte en culpable de algo?
Los católicos, en un estado democrático, tenemos el mismo derecho que cualquier otro ciudadano a expresar públicamente nuestras opiniones (gusten o no), y a creer en lo que nos dé la gana y a vivir en paz sin que nadie nos insulte, nos desprecie ni se burle de nosotros a causa de nuestra fe, nuestra moral, nuestros ritos o nuestros símbolos. Sólo pedimos respeto y libertad.
¿A dónde queréis llegar? ¿Cuál es vuestro modelo? ¿La Venezuela de Hugo Chávez? ¿La Bolivia de Evo Morales? ¿La Cuba de Castro o la China comunista, que encarcela a los obispos y persigue a los católicos fieles a Roma?
El 28 de octubre de 2007, los católicos celebramos en Roma la beatificación de 498 mártires de la persecución religiosa en España en el siglo XX, testigos de Jesucristo hasta la entrega de su propia vida. No eran suicidas, no quería morir de aquella manera; pero tampoco abjuraron de su fe y supieron mantenerse fieles a Dios y a la Iglesia hasta el final. Murieron perdonando a sus asesinos, siguiendo el ejemplo de su Maestro y Señor. No quisieron matar por sus ideas ni por sus creencias religiosas, pero supieron morir por Cristo. Todo un ejemplo: por eso suben a los altares.
La verdadera memoria histórica es la que nos vacuna frente a los errores y los horrores del pasado para no volver a caer en ellos. Los mártires son signo de reconciliación, perdón y paz (con “Z” de “caridaz”). Todo lo contrario de lo que pretende esa mal llamada “Ley de memoria histórica”, que no busca sino reabrir las viejas heridas de nuestro pasado para dividir a los españoles y extender el odio y el rencor. Lo decía el pasado 19 de octubre don Santiago Carrillo: tenemos "los mismos cardenales y obispos" que en 1936. En aquel entonces, muchos de ellos, junto con muchos sacerdotes, religiosos y fieles, murieron por ser discípulos de Jesucristo. Supongo que en el actual momento histórico, el señor Carrillo y sus correligionarios no pretenderán volver a las andadas.
FERE y la persecución socialista a los católicos
Durante el acto de conmemoración en Asturias del 50º aniversario de la creación de la FERE, el P. Manuel de Castro, Secretario General de dicha organización, declaraba lo siguiente: «Objetar a Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos no tiene ningún sentido». Los religiosos de la enseñanza tratan de condescender con el gobierno socialista para mantener el actual statu quo de los conciertos educativos. Pero eso me temo que sólo va a servir para prolongar la agonía.
También Neville Chamberlain, primer ministro británico en 1937, trató de contemporizar con Hitler y llegó con él a los vergonzosos acuerdos de la Conferencia de Munich de 1938. "Os han dado a elegir entre la indignidad y la guerra; habéis elegido la indignidad, pero tendréis también la guerra". Son las palabras de Winston Churchill tras los acuerdos de Munich, que a la postre resultarían proféticas.
Los socialistas han vuelto a ganar las elecciones en este año 2008 ¿Qué se apuestan a que lo primero que hacen es denunciar el Concordato con la Santa Sede? No sé si lo harán antes o después de legalizar la eutanasia. Más aún: ¿qué nos jugamos a que en cuanto puedan romper los acuerdos con el Vaticano suprimen las subvenciones a las escuelas católicas y eliminan definitivamente la asignatura de religión? Menudo disgusto que se llevarían entonces los religiosos de FERE, con lo dialogantes, progres y majos que son ellos.
Pero lo cierto es que está en marcha un plan para arrinconar a la Iglesia hasta echarla de la vida pública española. Ya estamos presenciando el intento de silenciar a la COPE. Los demócratas asistimos hoy – entre atónitos y escandalizados – a una campaña mezquina, vergonzosa y repugnante de acoso y derribo a esta cadena de emisoras y a los periodistas Jiménez Losantos y César Vidal que supone un atentado intolerable contra la libertad de expresión. A esta cadena de radio van a tratar de cerrarla al estilo de Hugo Chávez con Radio Caracas Televisión, simplemente porque sus comunicadores resultan molestos para quienes mandan. Esto cada vez se parece más a Venezuela.
La persecución a los católicos en España no ha hecho más que empezar. Pero lo que peligra en nuestro país no es sólo el futuro de la Iglesia. Lo que nos estamos jugando en España, una vez más, es la libertad y la democracia.
“Fascista”
El apelativo “fascista” se está poniendo de moda. Mucha gente me lo ha advertido últimamente: “Mira, que con esas cosas que escribes, mucha gente te va a llamar fascista”. Y al final voy a tener que sentirme orgulloso de que me lo llamen, porque está claro que si alguien me considera fascista es porque, una de dos: o se trata de un mentecato que no sabe leer y no entiende una palabra de lo que escribo; o de un pobre hombre que ignora lo que es el fascismo. Por eso, que un cernícalo sectario o que un pazguato con carné te considere “fascista” supone un honor inmerecido para mí.
Hasta ahora, los fascistas eran aquellos que propugnaban un sistema político totalitario de partido único, con ideas ultranacionalistas y reaccionarias, al estilo de las que defendieron en su día Mussolini en Italia o Franco en nuestro país. Con pocas variantes, el fascismo era algo muy parecido al nazismo alemán y junto con el comunismo constituyeron las ideologías más asesinas del siglo XX. El fascismo tradicional, hoy en día en España, es una ideología residual tan sólo defendida por nostálgicos del franquismo y por cuatro descerebrados, generalmente con el pelo rapado y estética neonazi, que desgraciadamente deambulan por las calles de algunas ciudades y se dedican a apalear extranjeros. Este tipo de ultraderechistas fanáticos se aprovechan de las circunstancias (aumento del paro y de la criminalidad, bolsas de inmigrantes en guetos marginales, etc.), para proliferar como las ratas en los estercoleros, propagando discursos oportunistas, populistas y demagógicos, plagados de consignas racistas y xenófobas.
Pero lo que más llama la atención en España no es la extrema derecha, sino la deriva radical que está tomando buena parte de la izquierda. En los tres últimos años, los socialistas no han ejercido realmente como “Gobierno de España”, sino como el de media España contra la otra media. Prueba de este sectarismo es la Ley de Memoria Histórica, que pretende imponer una visión maniquea y sesgada sobre lo ocurrido durante la Guerra Civil Española; la Ley Orgánica de Educación (LOE), que quiere adoctrinar a todos los niños en una ideología laicista y atea; la legislación contra la familia (divorcio exprés, legalización del mal llamado matrimonio homosexual, promoción de la ideología de género…); la ruptura del Pacto antiterrorista, la ignominiosa negociación con los asesinos del independentismo vasco y los vergonzosos acuerdos con los nacionalistas catalanes; o la persecución a los pocos medios de comunicación libres que quedan en España.
Yo soy demócrata cristiano y no tengo complejos ni nada de qué avergonzarme. Al contrario. Soy tan antifascista como el que más y defiendo la libertad y la democracia como el primero. Eso sí: me repugnan por igual Pinochet y Fidel Castro; y Chávez, tanto como Ahmadineyad. No como esos mentecatos que presumen de demócratas y luego van a La Habana a besarle el culo al tirano cada vez que tienen ocasión.
Pero parece que la izquierda más sectaria está empeñada no sólo en transformar el mundo, sino también en cambiar el significado de las palabras: ahora facha o fascista, al parecer son sus términos preferidos para referirse a todo aquel disidente que no se aviene con la visión sesgada de la realidad que tienen tipos como Zapatero, Blanco, Rubalcaba o Llamazares. Todos estos quieren hacer creer a todo el mundo que los tiranos son demócratas y que los verdaderamente demócratas (cristianodemócratas, liberales; o incluso socialdemócratas, como Rosa Díez o Gotzone Mora) somos fachas. A este paso, que te llamen fascista terminará por perder su sentido peyorativo para convertirse en un mérito para presumir con amigos y conocidos. No sé si ir añadiéndolo a mi “Curriculum”.
Secularización
Los católicos vivimos tiempos difíciles: en los últimos tiempos se ha abierto la veda y nos llueven los insultos y las descalificaciones. Algunas ideologías no quieren que los católicos seamos lo que somos. Pretenden apartarnos de la vida pública como si no tuviéramos los mismos derechos que el resto de los ciudadanos. Nos quieren dóciles y en las sacristías. Una vez más, los poderosos de este mundo quieren sustituir a Dios por el culto idolátrico a los nuevos césares; la moral, por el consenso de las mayorías; la verdad, por el relativismo del “vale todo” (o lo que es igual: por el “nada vale”); la razón ética, por el pragmatismo positivista; la defensa de la vida, por la cultura de la muerte que justifica la eliminación del que estorba, del que no es productivo, del enfermo, del niño engendrado al que no se quiere…
En España y en Europa vivimos desde hace tiempo un proceso de secularización. La fe en Jesucristo y la esperanza en el Reino de Dios se han venido sustituyendo por al fe en el progreso, en la ciencia o en los falsos paraísos terrenales prometidos por las ideologías que tantos millones de muertos causaron el pasado siglo. Prometen felicidad y justicia, pero al final sólo dejan desolación y muerte. Ofrecen un nuevo Paraíso sin Dios y nos abocan al vacío y a la desesperación; al sinsentido y a la nada. En consecuencia, creo que la cuestión más apremiante que debemos afrontar los católicos es el reto de la nueva evangelización.
Últimamente no oigo hablar más que de “valores”. Pero los cristianos no somos simples portadores de valores. Nosotros no anunciamos ideas, sino a una Persona: a Jesús, el Cristo, aquel al que crucificaron y que resucitó. En consecuencia, nuestros “valores” no nacen de una filosofía ni de una ideología. Nuestra manera de vivir, nuestra razón ética, nace de la experiencia personal de encuentro con el Resucitado, que hoy se hace visible en los pobres, en los signos de los tiempos, en las Sagradas Escrituras, en la vida de oración y en los sacramentos: muy especialmente en la Eucaristía.
Ahora bien, el peligro de secularización no radica solamente en la oposición que encuentra la fe en el materialismo ateo o en el indiferentismo agnóstico. Otro peligro, tal vez mayor, es el proceso de secularización que se da dentro de la propia Iglesia.
Si reducimos a Jesús a un puro personaje histórico, más o menos pintoresco, con un mensaje revolucionario (casi como si de un precursor de Marx o del Che Guevara se tratara), estaremos dando gato por liebre, engañando y traicionando al verdadero Cristo de la fe.
Si presentamos un Reino de Dios equiparable al paraíso comunista; si jugamos a asumir como propio el discurso del materialismo histórico y aplicamos el principio de la lucha de clases a la relación entre una Iglesia jerárquica, supuestamente opresora y cómplice con los ricos, y otra Iglesia de base comprometida con los pobres, estaremos falseando la verdadera realidad de la Iglesia.
Ha llegado también la hora de mirar hacia dentro de casa para reformar y renovar nuestra Iglesia; para volver a la fidelidad al Evangelio y al magisterio de los apóstoles, de los Padres de la Iglesia y de tantos Santos que nos enseñaron a lo largo de la historia con el ejemplo de sus vidas. Desgraciadamente, desde mi punto de vista, hay demasiados cristianos que no sé muy bien si militan bajo la bandera de Cristo o si pretenden enarbolar la de un partido marxista reconstituido sobre los cascotes del muro de Berlín y los escombros del Telón de Acero. Y está lejos de mi intención ahondar en ninguna herida abierta ni hacer más profundas las divisiones que desgraciadamente existen. Al contrario. Lo que quisiera es hacer un llamamiento a recuperar la unidad de los que creemos en Cristo y en su Iglesia, eliminando las intoxicaciones ideológicas y las manipulaciones que fomentan el disenso y el enfrentamiento entre católicos.
Hacer frente a la secularización fuera y dentro de la propia Iglesia. Esos son para mí los grandes retos que la Iglesia debe afrontar con urgencia. Seguramente es momento de cambiar para seguir anunciando hoy lo que hemos anunciado siempre. En definitiva, es hora de que todos nos convirtamos para la misión.
Conclusión: Los católicos y la vida pública
Mal que les pese a los laicistas (masones, neomarxistas; liberales, verdes o coloraos), los católicos de a pie estamos llamados a vivir nuestra fe en la vida pública. Ser creyente tiene unas consecuencias concretas que uno no puede dejar de poner en práctica tanto en su vida cotidiana como en la política. De no hacerlo, seríamos incoherentes con nuestros principios. Los cristianos creemos que somos hijos de un Dios que es Padre y que nos quiere porque Él mismo es Amor y nos ha dado la vida. En consecuencia, nos sentimos hermanos de todos y obligados a promover una Cultura de vida y amor frente a quienes propugnan la hedonista y repugnante cultura de la muerte. Esta salvaguardia de la dignidad de la persona puede y debe concretarse en aspectos tales como los siguientes:
1.- La defensa de la vida del ser humano desde el momento de su concepción hasta la muerte. Lucharemos siempre contra el aborto, contra la eutanasia, contra la pena de muerte, contra el terrorismo y contra cualquier tipo de violencia: la doméstica, contra mujeres o niños; las guerras injustas o cualquier fanatismo religioso o ideológico que ponga en riesgo la integridad de la persona.
Defender la vida implica proteger también a la familia, como institución básica y célula primera de toda sociedad civilizada. Todo lo que es bueno para la familia, lo es para la vida y para la sociedad. La educación, la urbanidad; la transmisión de valores tales como el respeto, la solidaridad y el esfuerzo, se realiza en el ámbito familiar y es en ahí donde aprendemos lo que es el amor y la ternura o lo que significa realmente compartir. Nosotros creemos en la familia y en el amor y trabajamos para que toda la humanidad constituya algún día una sola familia.
2.- Defensa de los derechos humanos y de las libertades individuales. En una democracia debemos procurar el imperio de la ley y subrayamos la importancia de la libertad de conciencia y la libertad de expresión. Reivindicamos la libertad de pensar y creer en lo que queramos y también la de expresar públicamente nuestras convicciones y opiniones sin más cortapisa que el respeto al otro. Por supuesto, también defendemos nuestro derecho a reunirnos cómo, dónde y cuándo nos dé la gana y a asociarnos para desarrollar cualquier tipo de actividad dentro de la ley.
Esta defensa de los derechos y las libertades implica, obviamente, el rechazo de cualquier tipo de dictadura, sea del signo que sea.
3.- La centralidad del ser humano implica que el Estado y la economía están al servicio de las personas y no al revés. El individuo no está al servicio del Estado ni tampoco puede ser considerado como un simple medio para conseguir beneficios empresariales. El ser humano es un fin en sí mismo, no un medio para nada ni para nadie. El Estado debe estar al servicio de los contribuyentes, proporcionando servicios, cubriendo las necesidades de la nación y redistribuyendo la riqueza para conseguir que todos podamos vivir con dignidad. Tenemos la obligación de luchar contra cualquier tipo de pobreza y exclusión para promover una sociedad justa y solidaria.
Asimismo, resulta totalmente lícito y necesario que las empresas ganen dinero, pero no es justo ni admisible que para lograr ese fin se abuse de los trabajadores. El dinero es para la persona y no la persona para el dinero. Las empresas tienen obligaciones sociales para con sus empleados, a quienes deben asegurar un salario justo, unas condiciones laborales que garanticen su seguridad y una jornada laboral compatible con la vida familiar y social del trabajador.
4.- Para defender la libertad, la justicia y la igualdad de todos los ciudadanos, también hemos de fortalecer la unidad de la nación española. Los nacionalismos separatistas (valga la redundancia) suponen un riesgo disgregador y ponen en serio peligro la igualdad de oportunidades de todos los españoles. Nos hemos dado una Constitución que garantiza la unidad de la nación y las leyes están para cumplirse. Y cualquiera que quiera cambiar la Constitución tiene que contar con la voluntad de la mayoría cualificada del conjunto de los españoles y no sólo con la de una parte de ellos.
5.- Por último, los cristianos debemos ser personas ejemplares e intachables. Todos somos pecadores y limitados y cometemos errores, pero la moralidad y la virtud deben ser en todo momento norte y norma de comportamiento para cualquier católico que se precie de serlo. El bien y el mal no son algo “relativo”: no da igual ocho que ochenta. Dar de comer al hambriento, ayudar al inmigrante o vestir al que va desnudo no es algo que nos pueda dar igual. El amor fraterno acarrea obligaciones hacia el prójimo que no podemos ni debemos obviar. Por eso la Iglesia lleva desde sus orígenes dedicando su esfuerzo a ayudar a los más pobres. Nuestra regla de oro consiste en hacer por los demás lo mismo que desearíamos para nosotros mismos.
Los católicos tenemos la obligación de combatir el relativismo dominante porque no da igual ser una persona laboriosa que ser un vago; no es lo mismo esforzarse por la familia y por la sociedad que pasar de todo o ser un egoísta; no es igual ser responsable que un sinvergüenza; la verdad, que la propaganda; ser honrado, que un ladrón; ser educado y respetuoso, que zafio o descortés; ser un buen ciudadano, que un vándalo; ni ser buena persona, que un golfo. Tener hijos y educarlos con dedicación y amor no es igual que no tenerlos para dedicarse a “disfrutar de la vida”; y serle fiel a tu esposa no es igual que ser un adúltero despreciable. Por mucho que se empeñen los relativistas posmodernos, el vicio no es igual que la virtud; ni el libertinaje, que la responsabilidad.
Ahora que los laicistas quieren arrinconarnos y silenciarnos, avasallándonos con su cultura atea y neopagana, ha llegado el momento de que los cristianos nos movilicemos de una vez por todas y nos hagamos más presentes que nunca en la vida pública española y lo hagamos sin ningún tipo de complejo.
II. Sobre la educación en España
Los males de la educación en España: Los padres
Los últimos datos del informe PISA han puesto nuevamente a la educación en primera línea de la actualidad. La enseñanza en España es un desastre. Eso lo sabemos todos desde hace mucho tiempo. Yo llevo diez años dando clase en Secundaria y puedo dar fe con conocimiento de causa de los males que están aquejando a la educación en nuestro país. En este primer artículo, me voy a ocupar de los máximos responsables de la educación de los niños: los padres (los padres y las madres, para los progres adoctrinados en esa necedad de la ideología de género).
Porque los primeros responsables de lo que está pasando con la educación en España son aquellos padres que no educan a sus hijos. Hay padres que no merecerían serlo: inconscientes que traen hijos al mundo, pero que no están dispuestos a sacrificarse por ellos.
Los primeros culpables son esos padres que “no pueden con sus hijos” (pasa hasta con padres de niños de cuatro años); padres pusilánimes o pasotas que pretenden delegar en el colegio su obligación de educar a los niños en casa. Hay cosas que no se pueden enseñar en la escuela: el respeto por los demás, el pedir las cosas “por favor”, dar las gracias; la importancia del aseo personal; enseñarles a comer como personas civilizadas, a ser ordenados y responsables; aficionarlos a la lectura desde pequeñitos, fomentar su espíritu crítico, transmitirles valores cívicos o inculcarles la fe, si es que los padres la tienen, claro. La obligación de un padre o una madre de educar a su hijo es insustituible y no se puede ni se debe delegar en nadie. Los profesores somos meros colaboradores de los padres en la tarea educativa, pero nunca podemos ni debemos sustituirlos.
Son responsables de lo que está pasando los padres que quieren ser “colegas” y amiguetes de sus hijos; los que son incapaces de imponer autoridad, señalar límites y establecer normas. Padres permisivos e indolentes hasta la náusea, que dejan que sus hijos adolescentes entren y salgan de casa cuando les parece; que les dan dinero y no se preocupan de averiguar en qué lo gastan; que les dejan salir por la noche hasta las tantas; que permiten que el niño tenga el televisor y el ordenador conectado a Internet en su propia habitación para que el inocente pueda mangarla a sus anchas sin que nadie le moleste; padres que, con tal de ahorrarse conflictos, dejan, en definitiva, que sus hijos hagan lo que les dé la gana. Y luego se extrañan de que su niño se drogue, se emborrache o de que sea un sinvergüenza de tomo y lomo.
Tienen la culpa los padres que sospechan permanentemente del profesor, a quien consideran una especie de enemigo a batir; padres que se creen que los profesores le tienen manía a su hijo o que le quieren amargar la existencia o traumatizarlo, al pobre chiquitín; padres que conocen todos sus derechos y los de sus hijos, pero se creen exentos de cualquier obligación; padres que saben más que nadie y van al colegio a explicarle al profesor cómo debe impartir sus materias o a darles charlas sobre psicología o pedagogía; padres maleducados que no sólo no colaboran con el profesor, sino que, encima, le hacen la puñeta, lo amenazan o lo desprecian (y, a veces, hasta le insultan o le pegan); padres que le han perdido el respeto al profesor (o que nunca se lo han tenido) y que en consecuencia, tampoco le van a inculcar ese respeto a sus hijos.
Tienen la culpa esos padres que trabajan tantas horas, que no tienen tiempo para sus hijos. Y mientras ellos echan horas y horas en sus empresas, el niño se pasa el día solo en casa sin que nadie mire para él. Porque, claro, el dinero o la carrera profesional son más importantes que el cuidado y la educación de su hijo. Y luego pretenden compensarlos comprándolos a base de regalos carísimos o llevándolos de vacaciones a Disneylandia.
Y, cómo no, también son culpables esos padres separados o divorciados que usan a sus hijos como arma arrojadiza contra sus antiguas parejas; los que ponen a caer de un burro al padre o a la madre ausente delante de sus vástagos y meten cizaña al hijo para que no quiera ver ni en pintura al otro progenitor. Y qué decir de los padres que cambian de novio o de novia como de chaqueta y desestabilizan afectivamente a sus hijos con un “papá” o una “mamá” nueva cada dos meses.
Desgraciadamente, cada vez hay más padres como estos: un verdadero cáncer social, fruto de una sociedad desalmada que prima el hedonista “disfrutar de la vida” sobre el espíritu de sacrificio y la generosidad. Lo primero es pasarlo bien, hacer turismo, salir de compras, ir de copas o cenar fuera de casa. Y para todo eso, los hijos son un estorbo. Sentarse con los niños todos los días un rato a hacer los deberes, jugar con ellos o leerles un cuento por las noches, supone un esfuerzo enorme para personas tan ocupadas, estresadas y cansadas como tantos padres de hoy en día. Y así nos va.
Los males de la educación en España: Los políticos
En esta tarea que nos hemos impuesto de denunciar y desenmascarar a los responsables del desastre educativo español, inmediatamente después de los padres irresponsables, tenemos que señalar a los políticos. Los que más culpa tienen son los socialistas, responsables directos de las leyes que han dinamitado la enseñanza en España: primero con la LOGSE y, ahora, con la LOE, que es más de lo mismo; o, incluso, peor si cabe. Pero también es responsabilidad de los políticos conservadores, que no se atrevieron a meterle mano al asunto a tiempo y no hicieron nada por solucionar el desastre educativo durante los ocho años de gobierno del señor Aznar.
En los últimos diez años llevamos tres reformas educativas y todas ellas sin consenso. Los políticos de este país utilizan la educación una y otra vez como arma ideológica. A la mayoría de ellos, les importa un bledo el futuro de nuestros hijos o la educación que reciban. Ya se encargarán ellos de llevar a los suyos a estudiar a buenos colegios de pago o al extranjero. A la mayoría de los políticos, sólo les importan los votos y, en el caso de los socialistas, también adoctrinar a los jóvenes para que les voten, llegado el momento.
Para la izquierda, la escuela y los medios de comunicación (los controlan casi todos) son vehículos de adoctrinamiento y manipulación de la opinión pública; medios de alienación social que no dudan en utilizar con la esperanza de perpetuarse en el poder. La educación y la televisión son dos vías de agitación y propaganda que la izquierda domina como nadie para manipular y lanzar consignas que, a base de repetirlas una y otra vez, acaban convenciendo a todo el mundo de cualquier idiotez que se les haya ocurrido.
El colmo de los colmos en este sentido adoctrinador ha sido la implantación obligatoria de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que sobrepasa ya todos los límites de la desvergüenza y la desfachatez; algo absolutamente intolerable en un estado democrático plural y más propio de Cuba o de Venezuela que de un país de la Unión Europea.
En España hace falta un pacto de Estado por la educación. Es absolutamente imprescindible que las dos grandes fuerzas políticas de nuestro país se pongan de acuerdo y alcancen un gran pacto educativo (junto con asociaciones de padre, sindicatos y patronales) que garantice estabilidad al sistema para que las leyes educativas no se reformen cada vez que pierde las elecciones un partido y las gana el otro. Necesitamos una ley educativa que fomente la excelencia, que permita que todos los niños – vivan donde vivan, sean ricos o pobres – tengan las mismas oportunidades de estudiar y desarrollar sus capacidades al máximo para que algún día, su talento revierta en la sociedad y contribuya al desarrollo y al bienestar de la nación. Y los que no quieran o no puedan estudiar, que aprendan una buena profesión que les permita acceder al mercado laboral lo antes posible y vivir con dignidad.
Pero para esto necesitamos políticos con sentido de estado: estadistas que pongan los intereses de España por encima de los de su propio partido y que planifiquen a largo plazo y no sólo para los cuatro años que dura una legislatura. Y estos políticos son los que escasean, por desgracia.
Los males de la educación en España: Profesores, televisión, Internet…
Los profesores tenemos una buena parte de responsabilidad en las calamidades que están ocurriendo en escuelas, colegios e institutos. Somos víctimas del sistema, pero también colaboradores necesarios y cómplices del mismo. ¿Han visto ustedes una huelga de profesores en los últimos años protestando contra la LOGSE o contra la LOE? Los profesores nos limitamos a llorar por los pasillos, en las reuniones y en la sala de profesores. Pero, ahí queda todo. Hemos sido maltratados, desprestigiados, insultados, agredidos, desautorizados… ¿Y qué? Pues nada. Seguimos entre la resignación y la baja por depresión.
Los sindicatos educativos no sirven para nada, salvo para vender lotería de navidad y respaldar al gobierno cuando éste emite en la misma longitud de onda ideológica que ellos. Han sido cómplices de los políticos, dinamitado cualquier principio de igualdad, mérito y capacidad en las oposiciones a profesor en la enseñanza pública y han colaborado decisivamente en el desprestigio de la profesión docente, fomentando en todo momento la mediocridad y persiguiendo la excelencia.
Por otra parte, hay un pequeño tanto por ciento de profesores, fuertemente ideologizado, que ha servido de correa de transmisión de los principios pedagógicos que supuestamente respaldaban a la LOGSE y ahora a la LOE. Estos profesores están imponiendo la dictadura del pensamiento único antisistema “progre-izquierdista-alternativo-feminista de género-majo-solidario-anarco-estalinista-sandía (verde por fuera y rojo por dentro)”, que es el que domina claramente en el panorama escolar. El último reducto de la izquierda marxista leninista (trotskista, estalinista y demás variantes) está en los claustros de las escuelas e institutos españoles. Bueno: en nuestras escuelas y también en La Habana y en un barrio de Tirana (Albania).
Dentro de este grupo de trabajadores de la enseñanza, merecen capítulo aparte los “orientadores”: psicólogos y pedagogos que, con todas las excepciones que se quiera (que nadie se dé por aludido y si se da, allá cada cual), llevan años sosteniendo con un discurso hermético, incomprensible y empalagoso hasta el hastío y el ridículo; con su palabrería pseudo-científica, su burocracia y su papeleo abrumador, las reformas políticas de los socialistas. Actúan como una especie de comisarios políticos que animan y velan por la implantación de las sucesivas reformas, en las que nadie cree salvo ellos y algún que otro director y jefe de estudios. Llevan años predicando en los claustros lo mal que enseñamos los profesores y lo mucho que tenemos que actualizar nuestra metodología. Predican lo que no practican, porque no pisan un aula ni por casualidad. Son ellos los responsables en buena medida (sólo detrás de los políticos) de la gran estafa del constructivismo y de la escuela comprensiva. Nos prometían el paraíso y, a cambio, están arrastrando a las nuevas generaciones al averno de la mediocridad, de la incultura y de la falta total de educación y conocimientos. Son los que machaconamente han propagado esa tontería de que el profesor no debe enseñar, sino que debe convertirse en “mediador” entre los contenidos y los alumnos, que, supuestamente, aprenden solos. Así nos va. Desde que los pedagogos y los psicólogos entraron a “orientar” la actividad de los centros de enseñanza, nunca ha ido peor la educación en España. A los datos me remito: ahí tienen el informe PISA.
Para los que quieran profundizar en este tema, les recomiendo que lean La gran estafa de Alicia Delibes y La enseñanza destruida de Javier Orrico. No tienen desperdicio.
Supongo que a estas alturas del artículo, los sindicatos y asociaciones de psicólogos y pedagogos me habrán nombrado “persona non grata” y alguno de mis compañeros de oficio me habrá retirado la palabra de por vida. Pero sigamos adelante… ¿Quién dijo miedo, habiendo hospitales?
Los medios de comunicación, especialmente la televisión, también tienen una grave responsabilidad en este asunto de la debacle educativa en España. A través de la pequeña pantalla, los niños reciben día tras día una serie de mensajes de lo más “educativos”: Lo importante es ser rico y famoso, cueste lo que cueste; una fulana y un sinvergüenza dentro de una casa vigilada por decenas de cámaras de televisión, pueden convertirse de la noche a la mañana en modelos de comportamiento. Lo que importa es el placer, la comodidad y disfrutar de la vida; la religión, especialmente la católica, es propia de imbéciles, de carcundia anticuada y troglodita; y un largo etcétera de barbaridades que entran en las casas a diario a través de series, “reality shows”, programas de sucesos o del “corazón” y demás bazofia.
Sin embargo, el poder de la televisión está sucumbiendo rápidamente ante el empuje imparable de Internet. Hoy en día la mayoría de los chavales pasan más horas chateando por el Messenger, visitando blogs, fotologs y páginas web o descargando archivos, que delante del televisor. Lo que pasa es que la Red es aún más peligrosa que la tele. Pornografía, violencia, juegos alienantes y nuevos modos de adormecer cerebros y perder el tiempo están al alcance del ratón de cualquier ordenador. Y lo peor del caso es que nuestros adolescentes saben mucho más de informática que sus padres, que la mayoría de las veces no pueden (o simplemente no quieren) controlar lo que sus hijos hacen o dejan de hacer con sus pecés. Nunca nuestros niños tuvieron más información. Pero información no es sinónimo de aprendizaje. Más información no significa más cultura ni más educación. Internet puede ser la mejor aliada de la educación. Pero también su mayor enemigo, si no se sabe utilizar adecuadamente y si su uso no está debidamente supervisado por padres y profesores.
Un consejo para terminar: no dejen que sus hijos naveguen por Internet solos y, menos aún, encerrados en sus habitaciones. El ordenador, en un lugar “público” de la casa y bajo la vigilancia de los padres. Créanme: se pueden ahorrar más de un disgusto.
Los males de la educación en España: los alumnos
Jonathan tiene quince años y es un dechado de perfecciones: bueno, trabajador, cariñoso y listísimo. Más aún: “listérrimo” (permítanme la licencia, que el caso lo merece). Lo que pasa es que es un incomprendido y los profesores lo están traumatizando con tantos deberes y tantos exámenes. Que el chaval se pasa cinco horas diarias en clase particular y luego van los profesores, los muy… y me lo suspenden, que le han quedado ocho en la última evaluación, al pobre (y eso que va por “diver”). El chorbo en cuestión – créanme – es un vago y un sinvergüenza que no ha dado un palo al agua en su vida. Eso sí: desde los doce años se pasa el día en la calle con sus colegas, porque sus padres trabajan todo el día y en su casa nunca hay nadie. Y entonces, claro, Jonathan hace lo que le da la gana, que no suele ser estudiar precisamente, salvo que a lo que practica con la Vane se le consideren clases de anatomía o de educación afectivo-sexual.
Al mozo en cuestión, estaría bueno, no le falta de nada: móvil de última generación, ropa de marca y calzoncillos Kalvin Klein que asoman desvergonzados por encima de la cintura de un pantalón cinco tallas más grande de la cuenta; unos calzones que apenas se sostiene a la altura de la rabadilla, mientras su tiro no sube más allá de la rodilla (la gorra es opcional, aunque según su madre, forma parte de la personalidad del niño). El pelo teñido con vetas rubias, un pirsin por aquí y un tatuaje por allá completarán el atuendo del perfecto imbécil quinceañero. El niño sale todos los fines de semana hasta muy tarde, hace botellón en el parque, ha perdido la virginidad a los trece, se tira a todo lo que se menea y tenga faldas y no toma precauciones porque hacerlo con condón no mola. Por supuesto ha probado ya las pastillas y la coca, aunque, claro… él “controla”.
La personalidad del imberbe suele ir a juego con el atuendo. Desafiante, maleducado, insolente, malhablado, grosero, zafio, ignorante, necio, bravucón; muy bueno en no hacer nada y experto en fotologs, chats y mésenyer; mensajitos de móvil, emepetrés, reguetón y jipjop. Un dolor de criatura. Pero la culpa de su fracaso escolar es del colegio, sobre todo del Pedroluis que es un perro y obliga a los chiquillos a leer el Cantar de Mio Cid, el muy canalla. Por descontado que las víctimas de la LOGSE nunca usarían esta palabra que, por otra parte, desconocen absolutamente (curiosamente, al corrector ortográfico del procesador le pasa lo mismo, porque subraya la palabra de rojo). Porque a mí que alguien me explique para qué le vale leer eso si encima está en castellano antiguo. Y también tiene culpa la jefa de estudios esa tan tiesa que no hace más que mandar notas a casa con que si el chiquillo no hace los deberes. ¡Con lo que trabaja y lo mucho que ha sufrido en la vida, el pobre! Porque su calvario ya había empezado en Primaria cuando le tocó de tutor el Marce, que cuando no les hablaba de la mili en Canarias, le pegaba unas voces al pobre Jonathan, que casi le deja sordo al infeliz, y por su culpa, repitió sexto.
Por su parte, Vanesa es una chica de su tiempo. Sus modelos son Paris Hilton y Britney Spears. Pantalones a la cadera con los colores del tanga por bandera y amplios escotes, que enseñan lo que el pudor (si lo tuviera) exigiría esconder, alternan con los leguins y las minifaldas tamaño cinturón. Pasa de todo, pero decoran mucho en el aula y le alegran la vista al Jony, que distrae su hastío existencial contemplando con fruición el panorama. Los profesores tienen que hacerse los suecos y hacer como que no ven nada, porque llamarle la atención por su indumentaria sería de fachas y ellos son muy progres, claro. La libertad por encima de todo. Ahora es normal. Y si sus padres no le dicen nada…
Los cuellos de la joven suelen lucir ostentosos chupetones y presume sin sonrojo de una vida sexual activa, variada y abundante todos los fines de semana. Luego los lunes, como se les ha roto el condón o se le olvidó ponérselo a su noviete o estaban tan colgados que ni veían para acertar a ponerlo, va al médico a que les recete la “píldora del día después”, que es gratis, y problema resuelto. Su amiga Lorena se quedó embarazada un mal día que había bebido más de la cuenta y sus padres la llevaron a una clínica de la que salió como nueva y sin bombo. Era demasiado joven para tener al niño (no para practicar el kamasutra) y el bebé le habría estropeado la vida.
Vanessa tiene adaptación curricular en lengua porque lleva sin estudiar desde tercero de infantil y en cuarto de la ESO está aprendiendo lo que es un sustantivo, el sujeto y el predicado, como los niños de cuarto, pero de Primaria. Lleva suspendiendo lengua y mates desde tercero de Primaria pero va a sacar el título porque como esas asignaturas, aunque las hayas cateado seis cursos seguidos, al final cuentan sólo como dos suspensos; y con dos se titula, pues eso: titularán en Secundaria sin saber apenas leer, escribir, multiplicar y dividir.
¿No se creen que alguien que no sepa las cuatro reglas, alguien que lee silabeando y escribe con dificultades pueda titular? ¿Creen que exagero? Pregunten en sus colegios o institutos. Con la LOE, todo es posible. Hoy se puede titular siendo un perfecto analfabeto. Ustedes no saben cómo está el tema… Los políticos, con tal de maquillar las estadísticas, están dispuestos a terminar con el fracaso escolar, aunque para ello tengan que acabar con cualquier vestigio de cultura, de educación o de decencia.
Estas dos caricaturas responden al modelo de un tipo de alumnos, que cada vez cuenta con más efectivos en sus filas, al que se ha venido en llamar “objetores escolares”. Afortunadamente, no todos los estudiantes de secundaria son así. Los hay que incluso estudian, leen y tienen interés. Los chicos de hoy, en su conjunto, no son ni mejores ni peores que los de hace veinte, cincuenta o cien años: ni más listos ni más tontos. Lo que ha cambiado ha sido el entorno. Los niños y jóvenes de hoy son víctimas de un sistema educativo atroz, promovido por unos políticos demagogos y sectarios hasta la náusea; de unos padres, en muchos casos, demasiado permisivos e irresponsables; de unos profesores resignados o cómplices de los que mandan; y de unos medios de comunicación absolutamente perniciosos para la buena marcha de su educación.
Si alguien tiene un trabajo que ofrecerme, háganmelo saber lo antes posible, por favor: Sé leer y escribir.
“Los ensayos en pedagogía, con gaseosa”
“Decanos de la Universidad critican «la bajada del nivel» en el ciclo de enseñanza secundaria. Ya se tratara de centros relacionados con las ciencias sociales o con enseñanzas técnicas, los directores se unieron a las críticas sobre las lagunas y la «bajada de nivel» en la formación de los alumnos tras su paso por la enseñanza secundaria.” (El Comercio Digital, 23-02-08).
“Esto (la educación) es una cuestión de Estado. Hay que sentarse y pensar, nos estamos jugando la formación de futuras generaciones en este país y por tanto estamos ante una responsabilidad histórica.[…] El profesor coleguilla no funciona. […]Los ensayos en pedagogía, con gaseosa. El profesor debería recordar siempre que el verbo enseñar es transitivo. Se enseña siempre algo.” (Salvado Gutiérrez, Catedrático de Lingüística de la Universidad de León y Académico de la Lengua, entrevistado en La Nueva España, 23 -02-08).
¡Aleluya! ¡Ya era hora! Por fin los grandes popes de la intelectualidad española salen del armario y comienzan a denunciar aquello contra lo que algunos llevamos años clamando en el desierto. La educación primaria y secundaria en España es un gran fraude, una gran estafa. La pedagogía constructivista, la escuela comprensiva, el falso igualitarismo es un gran camelo, es la gran milonga que los socialistas y la progresía en general han venido vendiendo desde la implantación de la LOGSE, que ahora se prolonga con la LOE.
Los niños no aprenden solos. A los niños hay que enseñarles contenidos, hay que exigirles esfuerzo, constancia y amor por el trabajo bien hecho. Pero los jóvenes son libres. Libres para estudiar o para negarse a ello. A un mozo de doce, trece o catorce años nadie le puede obligar a estudiar si él no quiere. Y si no quiere, hay que darle una salida: formarle adecuadamente para incorporarse a la vida laboral sabiendo hacer algo. Es inútil tener, en algunos casos hasta los dieciocho años, a chico y chicas aparcados en aulas en las que aborrecen estar. Porque, en ese caso, lo único que hacen es molestar a quienes sí quieren aprender, a los que buscan la excelencia y se esfuerzan por hacer las cosas bien. Tomemos, por ejemplo, el modelo alemán o el holandés, en el que a partir de cierta edad los profesores derivan a los alumnos a distintos itinerarios formativos en función de sus capacidades y de los resultados académicos obtenidos.
Y los profesores lo que tenemos que hacer es enseñar matemáticas, física, lengua, inglés, historia o arte (cada cual lo suyo) y dejarnos de memeces. Los profesores no somos chupatintas ni burócratas. Nuestra labor no puede seguir siendo la de elaborar programaciones, informes y adaptaciones curriculares. Yo lo que sé hacer es explicar gramática y literatura. Y es lo que quiero hacer y para lo que valgo. Lo demás son estupideces que no sirven sino para quemar al personal.
Los experimentos pedagógicos, la obsesión por desprestigiar al profesor que realmente da clase y enseña a sus alumnos conocimientos, esta especie de ingeniería social que han puesto en marcha los socialistas para cambiar la sociedad, sólo sirve para sacar de nuestros colegios e institutos auténticos analfabetos funcionales. Los niveles académicos están cayendo tanto, que a este paso vamos camino de convertirnos en el país más inculto de Europa Occidental. Los profesores trabajamos con personas, no con tornillos. Y a las personas hay que respetarlas. Nuestro actual sistema educativo supone una falta total de respeto a los niños (y a sus padres) porque estamos jugando con su futuro. Los niños no son cobayas que podamos utilizar para experimentos psicopedagógicos. A nuestros alumnos debemos darles los conocimientos precisos para que se puedan enfrentar con garantías a un futuro incierto en una sociedad que no regala nada a nadie. Sin cultura no hay libertad. Sin conocimientos no hay cultura. Las leyes educativas en vigor están logrando que nuestros hijos sean auténticas acémilas, fáciles de manipular y adoctrinar. No quieren ciudadanos libres: nuestros dirigentes políticos quieren siervos dóciles incapaces de pensar por sí mismos; borrachos de botellón y adormecidos por el embrutecimiento intelectual y la inmoralidad zafia del relativismo dominante. La LOE, y antes la LOGSE, son basura: el mayor ataque a la dignidad y al derecho a la cultura y a la educación de las nuevas generaciones que nunca se haya cometido en esta España nuestra.
Bueno es que la gente deje de callar. Bueno es que la sumisión cobarde deje paso a la justa rebeldía. Bueno es que los intelectuales orgánicos vendidos al poder vayan dejando paso a los verdaderos pensadores libres y comprometidos con la verdad. No se puede engañar a todos, todo el tiempo. Basta ya de nuevas pedagogías, de enseñanzas comprensivas, afectivas y demás estulticias intelectuales que atentan contra el sentido común y contra la razón. Nuestros hijos se merecen lo mejor: conocer a Platón, a Cervantes, a Felipe II, a Velásquez o a Goya; lengua española, literatura, matemáticas, filosofía, lenguas clásicas y modernas, física y química. Se merecen conocer su herencia cultural: el patrimonio que a lo largo de los siglos, tantos pensadores, escritores, científicos y artistas nos han ido legando. Se merecen que los preparemos lo mejor posible para que desarrollen sus potencialidades y algún día ellos puedan poner su talento al servicio de una nación más justa y mejor.
Desde aquí hago un llamamiento público a padres y profesores para que exijamos, con todos los medios a nuestro alcance, a quienes nos gobiernan que garanticen el acceso de todos los niños a la cultura mediante una educación seria, rigurosa y exigente. Que todos nuestros jóvenes, sean ricos o pobres, inmigrantes o españoles, puedan con su esfuerzo y dedicación alcanzar la excelencia en los distintos campos del saber.
La reforma de la escuela católica: una necesidad urgente
La educación católica está ofreciendo en los últimos tiempos un espectáculo bochornoso: Los religiosos de la enseñanza pactan con el gobierno y “aceptan” el trágala de la LOE, con la imposición incluida de la nueva formación del espíritu, en este caso no “del movimiento”, sino de la “movida” progre-laicista. Mientras, los padres católicos de CONCAPA llaman a la objeción de conciencia y la Conferencia Episcopal advierte de que aceptar esa asignatura es incompatible con el carácter propio de un centro católico.
Para entender lo que está pasando debemos recordar lo que la Conferencia Episcopal señalaba en su Instrucción Pastoral “Teología y secularización en España” de 30 de marzo de 2006. En este documento,- para mí sorprendente por su claridad y rotundidad -, al referirse a la vida consagrada se dice lo siguiente:
47. Supone un reduccionismo eclesiológico concebir la Vida consagrada como una “instancia crítica” dentro de la Iglesia. Del “sentire cum Ecclesia” se pasa, en la práctica, al “agere contra Ecclesiam” cuando se vive la comunión jerárquica dialécticamente, enfrentando la “Iglesia oficial o jerárquica” con la “Iglesia pueblo de Dios”. Se invoca entonces “el tiempo de los profetas”, y las actitudes de disenso, que tanto dañan la comunión eclesial, se confunden con “denuncias proféticas”. Las consecuencias de estos planteamientos son desastrosas para todo el pueblo cristiano y, de modo particular, para los consagrados. En algunos este reduccionismo lleva a vaciar de contenido cristiano lo más nuclear de la consagración, los consejos evangélicos.”
Los puntos 50 y 51 tampoco tienen desperdicio:
50. A través de estas manifestaciones se ofrece una concepción deformada de la Iglesia, según la cual existiría una confrontación continua e irreconciliable entre la “jerarquía” y el “pueblo”. La jerarquía, identificada con los obispos, se presenta con rasgos muy negativos: fuente de “imposiciones”, de “condenas” y de “exclusiones”. Frente a ella, el “pueblo”, identificado con estos grupos, se presenta con los rasgos contrarios: “liberado”, “plural” y “abierto”. Esta forma de presentar la Iglesia conlleva la invitación expresa a “romper con la jerarquía” y a “construir”, en la práctica, una “iglesia paralela”. Para ellos, la actividad de la Iglesia no consiste principalmente en el anuncio de la persona de Jesucristo y la comunión de los hombres con Dios, que se realiza mediante la conversión de vida y la fe en el Redentor, sino en la liberación de estructuras opresoras y en la lucha por la integración de colectivos marginados, desde una perspectiva preferentemente inmanentista.
51. Es necesario recordar, además, que existe un disenso silencioso que propugna y difunde la desafección hacia la Iglesia, presentada como legítima actitud crítica respecto a la jerarquía y su Magisterio, justificando el disenso en el interior de la misma Iglesia, como si un cristiano no pudiera ser adulto sin tomar una cierta distancia de las enseñanzas magisteriales. Subyace, con frecuencia, la idea de que la Iglesia actual no obedece al Evangelio y hay que luchar “desde dentro” para llegar a una Iglesia futura que sea evangélica. En realidad, no se busca la verdadera conversión de sus miembros, su purificación constante, la penitencia y la renovación, sino la transformación de la misma constitución de la Iglesia, para acomodarla a las opiniones y perspectivas del mundo. Esta actitud encuentra apoyo en miembros de Centros académicos de la Iglesia, y en algunas editoriales y librerías gestionadas por Instituciones católicas. Es muy grande la desorientación que entre los fieles causa este modo de proceder.
No se puede decir más claro. Algunos religiosos, ciertos teólogos y algunos grupos de supuestos militantes de base se creen en posesión de la verdad revelada y en tan íntima unión con el Espíritu Santo, que se creen con autoridad para enmendarles la plana al Papa, a los obispos y a todos los que pensamos y creemos de modo diferente a ellos. Desde luego su soberbia tiene difícil parangón. Desde planteamientos ideológicos marxistas, estos iluminados trasladan el concepto de lucha de clases al interior de la Iglesia y plantean un enfrentamiento delirante entre el “pueblo de Dios” y la “Iglesia Jerárquica”; entre ellos mismos, los “oprimidos” que optan por los pobres y están tan supercomprometidos con su liberación; y los obispos y el Papa: los “opresores”.
Esta gente es como la “quinta columna” del ateismo laicista. Se vio recientemente en el caso de la ya famosa “parroquia” de Entrevías en Madrid: allí quedó claro cómo los ateos anticlericales aprovechaban la ocasión para cargar contra la Iglesia. Es el “divide y vencerás” de siempre. Juegan a sembrar la discordia dentro de la Iglesia para minarla y acabar con ella, que es lo que les gustaría a toda esta banda. Otros muchos antes que ellos intentaron eliminarnos: desde los emperadores romanos hasta Stalin. Y no lo consiguieron. Ni lo conseguirán quienes ahora ponen tanto empeño en calumniarnos y despreciarnos: porque el que verdaderamente dirige los designios de la Iglesia es el Espíritu del propio Jesucristo resucitado. Y que nos calumnien y nos persigan es signo de que estamos donde debemos estar y defendemos lo que debemos defender: “Dichosos vosotros cuando os calumnien y os persigan por mi causa”, dice Jesús en las Bienaventuranzas.
Los religiosos de la enseñanza parece que están ahora en clara discrepancia con la jerarquía y con los propios padres católicos que llevan a los hijos a sus colegios ¿Nos estaremos volviendo todos locos? ¿Pretenden crear una iglesia paralela los religiosos de FERE? ¿Qué está pasando realmente con las escuelas católicas?
Muchas de ellas, en mi opinión, en su intento de adaptar la transmisión de la fe a los nuevos tiempos, han cambiado a Jesucristo por un humanismo suave, light, tan ambiguo y borroso que igual lo podría asumir un comunista furibundo que un budista al borde del nirvana. La educación católica actual propone valores vagos e imprecisos como la solidaridad, la justicia social, la tolerancia, la multiculturalidad, el pacifismo... Se trata de valores supuestamente universales, políticamente correctos, tratados las más de las veces de forma simplista y demagógica, con los que parece que se busca fomentar una especie de sincretismo ideológico y religioso en un vano intento por conseguir la cuadratura del círculo y conciliar lo irreconciliable.
Por ese camino llegamos a una religión a la carta y a un relativismo moral, muy posmoderno y de la última hora, pero que choca frontalmente con la doctrina de la Iglesia recogida en el Catecismo. No es extraño, pues, que en algunas escuelas católicas el disenso con la Iglesia alcance a aspectos tan fundamentales como la moral sexual o la defensa de la vida y del modelo de familia cristiana.
En definitiva, la escuela católica pierde su identidad para adaptarse a los tiempos y no perder clientela. Predicar a Jesucristo no se lleva: no vende. Y los colegios tienen que velar también por su supervivencia económica. Y para ello, los religiosos tienen que ser buenos y llevarse bien con el gobierno de turno que es quien financia sus colegios. Mal camino es este. Cambiar a Dios por lo “políticamente correcto” es convertir un colegio católico en un centro público sin más. Sustituir el evangelio y el magisterio de la Iglesia, por el relativismo moral y el falso progresismo ateo supone la muerte de la escuela católica.
Para tratar de poner remedio a todo esto, en abril de 2007, la Conferencia Episcopal Española hizo público un nuevo documento: “La Escuela Católica. Oferta de la Iglesia de España para la Educación en el siglo XXI”. En él los prelados manifiestan la necesidad de “recordar y afianzar el sentido y significado de la concepción educativa de la Iglesia” así como de promover “la renovación de la propia escuela católica”. Los obispos nos recuerdan en el ese documento que la escuela católica no tiene “una finalidad en sí misma, sino que es parte de la Iglesia”. Su razón de ser consiste en evangelizar “en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre”.
Y evangelizar no es otra cosa que anunciar la salvación y la esperanza, que es Cristo mismo. El cimiento que ha de sostener nuestra escuela es Jesús. Sin Él todo se hunde: la escuela católica, las órdenes religiosas y la propia Iglesia.
Pero, ¿Cómo se evangeliza? ¿Cómo debe evangelizar la escuela católica hoy?
Se evangeliza con el ejemplo de los maestros y educadores: los profesores (consagrados o laicos) – señalan los obispos – “ejercen un ministerio eclesial al servicio de la comunidad católica local y en comunión con el Ordinario diocesano”. Lo primero que necesita la escuela católica son profesores con fe viva y sentido de pertenencia a la Iglesia. La fe es contagiosa y tiene una fuerza de atracción en sí misma. Hacen falta educadores que vivan su fe en comunidad, centrados en el Señor que se hace presente en los sacramentos, especialmente en la eucaristía. Nadie da lo que no tiene. No se puede comunicar a Cristo si no nos alimentamos de su cuerpo y su sangre, si no somos conscientes de que la misión no depende de nuestras fuerzas, sino que todo depende de Él; que nada podemos por nosotros mismos; que todo viene de Dios; que Él es la vid y nosotros somos los sarmientos que si se separan de Él, mueren. Sólo servimos para algo en Cristo y desde Cristo. De ahí la necesidad permanente de revisión y conversión. Todo lo podemos en Él, que nos sostiene; pero sin Cristo poco somos y poco podemos hacer que valga la pena.
Ahora bien, ¿Cuántos profesores hay en los centros católicos que profesen una fe comprometida en fidelidad a la Iglesia? Yo más bien creo que la mayoría de los profesores de los colegios cristianos navegan entre un agnosticismo indiferente ante el hecho religioso y un ateísmo más o menos solapado.
En segundo lugar, se evangeliza con amor y disposición de servicio. Si vivimos y nos alimentamos del amor de Cristo es para transmitirlo. Todos somos imperfectos y cometemos errores. Pero un maestro debe querer a sus alumnos, debe preocuparse por ellos, debe corregirlos y alentarlos. Debemos querer lo mejor para los niños (igual que sus padres). Y ese amor por los alumnos tiene que traducirse en ofrecerles una educación de calidad, una educación integral que potencie sus capacidades; que les ayude a conocerse a sí mismos, a integrar sus sentimientos y a dominar sus pasiones. Una educación de calidad es la que forja personas de voluntad férrea; personas libres y responsables, con espíritu de sacrificio, que dominan sus instintos y no se dejan someter por las apetencias ni esclavizar por la pereza; personas que anteponen la obligación y la responsabilidad a los propios intereses y gustos; personas generosas, dispuestas a poner sus capacidades y talentos al servicio de los demás.
Asimismo, una escuela de calidad tiene que ofrecer a sus alumnos experiencias que les permitan encontrarse consigo mismos, con los demás y con Jesús: el único que puede dar sentido a sus vidas. Porque el ser humano tiene una dimensión trascendente, tiene hambre y sed de Dios y de eternidad. Y esa dimensión trascendente debe cuidarse y educarse también desde la escuela, en colaboración con la familia y con la comunidad parroquial.
Podemos concluir afirmando que vivimos momentos decisivos para el futuro de la escuela católica. Nos jugamos el ser o no ser. Si echamos a Jesús de nuestros centros educativos, la escuela católica se hundirá sin remedio. La Iglesia existe para la misión y la escuela católica forma parte de esa Iglesia y participa de su misma misión: anunciar y ser testigos de Jesucristo Resucitado. No estamos para defender unos valores o una ideología, sino para anunciar la presencia viva de Cristo en el mundo y en la Iglesia. Y anunciamos a Cristo porque estamos convencidos de que Él es el único que puede llenar de sentido y hacer felices a nuestros alumnos; porque sólo Él tiene palabras de vida eterna; porque sólo Él es la fuente de agua viva que puede saciar la sed de amor de los niños y jóvenes de hoy.
A propósito de Educación para la Ciudadanía
“La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás.” Eso decía Winston Churchill y qué razón tenía. No hay mejor sistema de gobierno que la democracia. Ya sabemos que nada es perfecto, pero la peor democracia es preferible a la mejor de las dictaduras.
Pero, ¿Para qué sirve realmente la democracia?
La respuesta es sencilla: sirve para que los ciudadanos elijamos a nuestros representantes para que gobiernen.
Y ¿En qué consiste “gobernar”?
Gobernar es administrar nuestro dinero (el dinero que los contribuyentes aportamos a la hacienda pública) y velar por el respeto de los derechos y libertades de los ciudadanos, garantizando que todos podamos vivir con dignidad.
A esa noble tarea es a la que se deberían dedicar con empeño y dedicación nuestros políticos.
¿Cuáles son los derechos y libertades de los ciudadanos que debe garantizar todo gobierno?
Los derechos y libertades de los ciudadanos son los recogidos en la Constitución Española en vigor y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Entre estos derechos y libertades quiero subrayar hoy la libertad ideológica y la libertad religiosa:
Artículo 16
1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.
3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
(Constitución Española)
Artículo 18
Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.
Artículo 19
Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
(Declaración Universal de los Derechos Humanos)
¿Debe el Estado o el Gobierno de turno establecer unos principios ideológicos, religiosos, morales o éticos y adoctrinar con ellos a todos los ciudadanos?
En una democracia, no. Sin embargo, esto es lo que ocurre siempre en los regímenes tiránicos. Todas las dictaduras imponen a sus súbditos principios ideológicos o religiosos que imponen unos valores morales oficiales de obligado cumplimiento. En todos esos países se persigue al disidente y es común la existencia de presos de conciencia.
En la actualidad debemos señalar a los regímenes comunistas y a las teocracias islámicas como las tiranías que más vulneran los Derechos Humanos y que persiguen sistemáticamente a quienes se atreven a discrepar de la ideología dominante.
En cuanto a los sistemas comunistas destacan la dictadura cubana, la china y Corea del Norte. Fidel Castro es uno de los dictadores y asesinos más reputados y longevos del panorama internacional (además de una de las principales fortunas del mundo: menudo ladrón y sinvergüenza) y mantiene en sus cárceles a cientos de presos políticos que luchan por la instauración de la democracia en la isla caribeña.
Por su parte, China es una de las tiranías más cruentas. Resulta especialmente escandaloso que, en este caso, los Estados Unidos y de la Unión Europea estén supeditando la exigencia de respeto a los Derechos Humanos a sus intereses económicos. Mientras el régimen comunista prohíbe a la Iglesia Católica, encarcela a sus obispos y promueve una iglesia nacional que nombra a sus propios “obispos” desde el Comité Central del Partido Comunista; mientras se reprime cualquier tipo de disidencia política de modo despiadado (recordemos la matanza de Tiananmen) y criminal; mientras el imperialismo Chino mantiene su ocupación del Tibet y al Dalai Lama en el exilio; las potencias occidentales miran hacia otro lado, firman acuerdos económicos preferenciales con el gigante asiático y se disponen a celebrar allí la próximas Olimpiadas para agasajar a tan ilustres criminales (propongo el boicot a las olimpiadas desde ahora mismo).
En cuanto a los países islámicos, la situación no es, ni mucho menos, mejor: teocracias que imponen la ley coránica; persecución religiosa a los cristianos que hoy están siendo asesinados y perseguidos en estos países por la mayoría musulmana; fanáticos, que con sus petrodólares están financiando, alentando y promoviendo el terrorismo internacional…
Entonces, ¿por qué se impone obligatoriamente una nueva asignatura adoctrinadora como la “Educación para la ciudadanía”?
Pues porque el actual gobierno socialista de España, apoyado por los nacionalistas radicales y los comunistas antisistema pretenden cambiar el mundo a su manera para salvarnos de nuestros errores y nuestra ignorancia. Su proyecto transformador de la realidad pasa necesariamente por una política de propaganda y adoctrinamiento que utiliza los medios de comunicación y la escuela como vehículos de su estrategia para lavar el cerebro de los ciudadanos y hacernos comulgar con ruedas de molino.
Educación para la ciudadanía supone una imposición absolutamente inadmisible del pensamiento único de lo políticamente correcto, de la ideología de género y del relativismo moral. Y encima, sólo quienes comulgan con ese credo laicista son demócratas. Los que discrepamos, somos descalificados inmediatamente como fascistas.
Si un gobierno pretende imponer una ideología concreta o una religión determinada, ya no hay democracia. Es lo mismo que ocurría con el nacional-catolicismo franquista; pero ahora en versión laicista y atea: ni era aceptable aquella situación, ni lo es la actual. ¿Se imaginan lo que harían y lo que dirían estos pazguatos si alguien pretendiera que la religión católica volviera a ser obligatoria para todos? Habría que oírlos.
Pero, es que, quienes gobiernan tienen detrás el respaldo de la mayoría de los ciudadanos…
Claro. Y eso les legitima para gobernar; no para imponernos su manera de pensar a quienes no estamos dispuestos a aceptar sus principios ideológicos.
También Hitler ganó las elecciones y llegó al poder democráticamente. La mayoría de los alemanes lo respaldaban y aplaudían y casi nadie se atrevía a contradecir su ideología. Pero el apoyo de la mayoría no le legitimaba para asesinar a millones de personas en los campos de exterminio. El bien y el mal no se establecen por ley. Aunque la mayoría de los alemanes vieran con buenos ojos las leyes antisemitas, eso no quiere decir que tuvieran razón ni que matar judíos estuviera bien. La inmoralidad puede ser mayoritaria, pero sigue siendo inmoral. Por muchos que defiendan que el mal está bien, sigue siendo mal. Una cosa es la moralidad y otra, la legalidad. La mayoría del pueblo le pidió a Pilatos que crucificara a un inocente; y Pilatos lo hizo. La ejecución fue legal, pero inmoral. La mayoría no tiene por qué tener la razón en asuntos morales. Y cuando las leyes son injustas o inmorales, lo que procede es la desobediencia y la objeción de conciencia: al César, lo que es del César; y a Dios, lo que es de Dios.
Algo parecido está pasando hoy en día con los regímenes populistas sudamericanos – caso de Venezuela o Bolivia: dictadorzuelos que llegan al poder democráticamente para, inmediatamente, imponer sus tiranías y acabar con las libertades de los ciudadanos. ¿Será casualidad que nuestro actual presidente sea tan amigo de estos tipos tan demócratas? Eso por no hablar de su viva amistad con el ya citado Fidel Castro…
¿Estará inspirada la idea de democracia de los socialistas españoles y los valores que quieren imponernos en el socialismo cubano y en los “indudables logros” de la revolución castrista? ¿O lo estará en los enormes avances democráticos que la República de Irán, Siria, Libia o Arabia Saudita han aportado al panorama internacional? ¿Consistirá la “alianza de civilizaciones” en someternos a todos a la dictadura de la inmoralidad totalitaria? Para eso, hay que convencer a la gente de que lo bueno es malo y lo malo, bueno: por ese camino vamos.
Lo único que nos queda es objetar y resistir. Con el mal no se puede pactar; el mal hay que combatirlo. Está en juego nuestra libertad y el futuro de nuestros hijos.
Conclusión: Carta de los Reyes Magos a todos los padres del mundo
Después de tantos años mandando cartas a los Reyes Magos, hace unos días, recibí esta carta firmada por Melchor ¿La han recibido ustedes también? Por si acaso, se la reproduzco a continuación por su indudable interés.
Queridos padres:
Baltasar, Gaspar y yo – y perdonadme la expresión – flipamos con vosotros. Hemos recibido miles de cartas pidiéndonos todo tipo de juguetes y cacharros. Estáis atiborrando a los niños de cosas superfluas, de regalos inútiles que los niños dejarán abandonados en cualquier rincón en cuanto se pase el primer calentón de la novedad. Permitidnos a mis colegas y a un servidor que os recordemos los regalos que realmente necesitan vuestros hijos, aunque ellos no tengan aún edad ni madurez para pedíroslos:
En primer lugar, lo más importante que necesitan los niños es amor. Debéis achucharlos, besarlos, abrazarlos, acariciarlos. Y todo ello sin medida. Sin amor los niños no pueden crecer ni madurar. Lo necesitan como el aire que respiran. Pero, cuidado: no confundáis amor con sensiblería barata; amar no significa consentírselos todo, cumplirles todos los caprichos o dejarse chantajear por sus pataletas. Eso sería malcriarlos. Amar significa también establecer límites, enseñarles a distinguir lo que está bien y lo que no, lo que se puede y debe hacer en cada momento y lo que no se puede consentir. Amar también es castigar cuando es preciso.
Y esto enlaza con la segunda necesidad básica de todo niño: educación. Esa es la mejor herencia que podéis dejarles. Hay que enseñarles a comportarse en cada circunstancia. Tenéis que decirles cómo deben comer, cómo deben usar los cubiertos, cómo deben vestir según las circunstancias o cómo deben hablar en cada ocasión. Y sobre todo debéis enseñarles a respetar a los demás y eso implica que aprendan a cuidar el trato con los adultos y, especialmente, con sus profesores: a ver si desterramos de una vez esa falsa idea de que todos somos iguales. Todos somos iguales ante la ley y poco más. No es lo mismo tratar con el rey o con un obispo que con un amigo de juegos; y eso hay que enseñárselo a los niños de pequeños; igual que deben aprender que la porquería no se tira al suelo, o que no se debe escupir ni blasfemar. Las normas de urbanidad y buena educación debéis enseñárselas en casa a vuestros hijos. Vuestra responsabilidad no la podéis delegar en nadie. Y para educarlos correctamente, se empieza predicando con el ejemplo: vosotros, los padres, sois el ejemplo que seguirán vuestros hijos. No lo olvidéis.
Debéis enseñarles también que su futuro depende de ellos mismos y de su esfuerzo y que los sueños sólo se consiguen a base de mucho esfuerzo y sacrificio, porque las cosas importantes de la vida nadie se las va a regalar. Por eso tenéis el deber de educar su voluntad para que sepan cuáles son sus obligaciones y las cumplan en cada momento. Debéis inculcarles que en la vida hay que hacer cosas que muchas veces no nos apetecen ni nos gustan, pero que son necesarias. Lo bueno no siempre es lo que me gusta y lo bueno (estudiar, por ejemplo) hay que hacerlo aunque suponga un esfuerzo. Por supuesto, también tenéis que recompensarles por el trabajo bien hecho. Y para ello no siempre es necesario vaciar la cartera comprando regalos carísimos. A veces una felicitación cariñosa, un abrazo o un “estoy muy orgulloso de ti” vale más que todo el oro del mundo.
¿Queréis que sean buenos estudiantes y que disfruten leyendo? Pues ponedles un libro en la mano desde que son bebés. Estimuladlos. Primero serán libros de dibujos y fotos con palabras; libros de cartón duro que puedan manipular sin romperlos. Señaladles los dibujos y decidles el nombre de cada cosa o el ruido de cada animal. Hacedlo mientras les dais de comer y así se distraerán. Luego llegará el momento de los cuentos y más tarde de las novelas. Pocas cosas unen más a un hijo con su padre que la lectura compartida de un libro. Primero les leemos el padre o la madre; luego llegará el momento de que lea un rato papá y otro el niño. Al final el niño leerá sólo y además disfrutará haciéndolo. Mucho disfrutamos mi hijo y yo leyendo los primeros libros de Harry Potter; ahora ya los lee él sólo (los Reyes Magos no estamos solteros y también tenemos hijos ¿qué os creíais?).
Por último, y para acabar ya la carta, lo mejor que podéis regalar a vuestros hijos es vuestro tiempo y vuestras personas. Tenéis que dedicarles tiempo de calidad. Debéis ayudarles a hacer sus deberes. ¿Para qué os vale dedicar tanto tiempo al trabajo si os perdéis lo más importante: la infancia de vuestros hijos? Los niños os necesitan a su lado. Necesitan que los acostéis con un cuento y un beso y los despertéis con un abrazo. Vuestros hijos necesitan que les digáis a diario lo mucho que los queréis; que respetéis sus horarios (los niños tienen que tener una hora fija para comer, acostarse, levantarse); que juguéis con ellos; que os inventéis historias; que os disfracéis de ogros y les hagáis cosquillas; que les comáis a besos.
Bueno, ya me he pasado. Pero, por favor, recordadlo siempre: amad a vuestros hijos, educadlos y regaladles vuestro tiempo. Ellos os lo agradecerán algún día. Y si no, ¿Qué importa? A fin de cuentas habréis cumplido con vuestra obligación de padres, que es una de las cosas más importantes y bonitas que puede hacer alguien en este mundo. Y eso llenará vuestra vida de felicidad y de sentido.
Atentamente,
Melchor, rey